Himnos que borbotean
Otro de los integrantes de One Direction demuestra que la cantera de aquella ‘boy band’ era mucho mejor de lo que podíamos sospechar
¿Cuál era el bueno en One Direction? La pregunta habría sonado socarrona en el verano de 2014, cuando los jovenzuelos de las Islas Británicas actuaron en un Vicente Calderón a reventar ante un enfebrecido público adolescente y sus atribulados progenitores. Pero igual resulta que aquella pandilla de querubines aseados, en principio una arquetípica boy band prefabricada, era —pásmemonos— una cantera apreciable. Dio muestras sobradas de ello Harry Styles en el WiZink, muy pocas semanas atrás, y lo corroboró anoche el irlandés Niall Horan, un artista rutilante más allá de ojerizas y encasillamientos. Persuasivo como para conseguir que el público guardase los dichosos móviles durante Flicker. Y hasta con sentido del humor como para burlarse de la dichosa palmerita de La Riviera. “Esto sí que no lo había visto nunca. ¿Lo de ahí es un árbol?”, se guaseó en su primer saludo.
Enumeremos algunas evidencias. El lleno de ayer, incontestable. La mayoría femenina entre el público, abrumadora. El griterío, casi siempre ensordecedor. El conocimiento absoluto de las letras y el subsiguiente karaoke colectivo, tan mayoritario como las votaciones en un congreso búlgaro. Y ahora, los matices. Ser guapo es, barruntamos, una suerte, pero no un salvoconducto absoluto. Y Horan, además de un rostro agraciado a sus 24 años, resulta ser un tipo hábil, talentoso, de voz cálida y repertorio seductor.
Sirva de ejemplo On the loose, la apertura: una canción pop estupenda y una actualización evidente del legado de Fleetwood Mac. Más en concreto, parece como si Dreams la hubiera compuesto Lindsey Buckingham en lugar de Stevie Nicks. Pero es llamativa la colección de himnos (The tide, Too much to ask) que borbotean: directos, pegadizos, sencillamente irreprochables. A menos que queramos reprocharles justo eso, su impecable naturaleza. No es el caso de la extraordinaria Fire away, que hasta parece provenir de Who knows where the times goes y el folk británico.
Una curiosidad: Dancing in the dark, el clasicazo de Springsteen convertido en balada campestre, no se lo sabía casi nadie. Las cosas simpáticas del salto generacional.
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