“Me voy de Cataluña con todo el dolor de mi corazón”
Los agentes se quejan de falta de incentivos laborales y económicos en una comunidad con un déficit histórico de policías nacionales, agravado por el contexto político
En julio, si todo va según lo previsto, Enrique podrá comerse un espeto de sardinas en Málaga, su nuevo destino. Este policía de 61 años, con 38 de profesión a sus espaldas, es uno de los cerca de 300 que ha decidido irse de Cataluña, donde nació y donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera. “Tengo aquí mi vida, mis amigos, mis hijos, mis nietas… Me voy con todo el dolor de mi corazón”, lamenta. Pero ha decidido poner el punto y final a una situación que le afecta. “No es que diga que no puedo vivir aquí, que no puedo salir a la calle. Pero creo que irá a peor y que está perdido”, augura, sobre la presión social y los anhelos independentistas.
Cada año se van centenares de policías de Cataluña. “Es algo habitual”, explica Sebastián Hernández, secretario general de la Confederación Española de Policía (CEP) en Cataluña. La diferencia en esta ocasión, indica, es que policías veteranos, arraigados, han dado el paso de marcharse, en buena medida por el conflicto político que ha tensado su relación con parte de la sociedad, sobre todo después del referéndum ilegal del 1 de octubre. La actuación de la Policía y la Guardia Civil en algunos colegios el día de la consulta desencadenó manifestaciones, protestas y una huelga con apoyo de las instituciones catalanas, sindicatos y algunas patronales.
Enrique trabaja en el DNI móvil: se desplaza a municipios en los que no hay comisarias. “Estuvimos una temporada sin poder salir por la situación que se produjo”, recuerda. Ahora ya vuelven a los ayuntamientos de localidades pequeñas: “Nos tratan correctamente, no puedo decir lo contrario. Pero llegas, ves las banderitas, los lacitos amarillos... Si quieres vivir sin pensarlo, sin darle vueltas, y puedes, perfecto. Pero a mí me afecta”.
Cataluña es desde hace años un destino de paso para los policías nacionales, sobre todo desde el despliegue de los Mossos d’Esquadra, que se materializó en 2005 en Barcelona. “Antes era la segunda escuela de España”, explican fuentes policiales, con grupos potentes, como el de atracos, con renombre en todo el país. Ahora los agentes recién salidos de la escuela son enviados a Cataluña, pasan los dos años mínimos obligatorios, muchos de ellos en puestos poco atractivos, como seguridad de edificios, y en cuanto pueden piden el traslado. Diversas fuentes policiales centran el problema en tres aspectos: una vida cara, la falta de una carrera policial ambiciosa y, en los últimos años, el procés.
“No hay relevo generacional”, lamenta un mando intermedio, que ha trabajado en Cataluña, y que considera que los grupos de investigación están “hechos un desastre” por la escasez de personal. Aduce falta de comisarios jóvenes que lideren un proyecto atractivo que “arrastre” a los policías. “Si no hay cantera catalana —la mayoría de aspirantes se hacen mossos o policías locales— necesitas que el plano laboral sea potente” para que los agentes no prefieran regresar a su tierra natal, explica.
Pablo (nombre ficticio) es uno de los que ha preferido regresar. Llegó a Cataluña con 23 años y una década después, con una vida ya construida, se va. “Es un cúmulo de todo. Esto no es igual que el País Vasco, pero tiene alguna similitud de presión social, de que te juzgan por tu profesión”. Y pone como ejemplo situaciones cotidianas: “Estar en una mesa hablando con varias personas, decir que eres policía, y la situación ya cambia”. A eso se suma el “empobrecimiento” a medida que se encarece la vida, y los problemas laborales: “Siempre de paisano, no dejándote ver mucho”. Con unos jefes que de “un día para otro” destinan a personas de grupos de judicial, extranjería o información, con investigaciones en marcha, a labores de seguridad. “Yo doy el callo por lo que haga falta. Trabajé gustosamente el 1 de octubre y después para que todo estuviese bien. Pero te sientes maltratado, tanto por la ciudadanía como por los jefes”, dice. Por todo ello, ha hecho las maletas: “Aquí no hay futuro a día de hoy”.
El jefe superior de Cataluña, el comisario Sebastián Trapote, ha pedido en diversas ocasiones más policías. Pero la escasez endémica, agravada por los años de crisis sin apenas nuevas plazas, está lejos de solucionarse. Este año han quedado 471 puestos desiertos (un 25% más que en 2017). Los sindicatos exigen un plus de territorialidad, que haría más atractivo trabajar en Cataluña. Un policía recién licenciado cobra unos 1.500 euros, a lo que se suman los 54 que reciben por trabajar en Barcelona, que es menos de la mitad de lo que se cobra en Madrid y está muy lejos de los complementos salariales en el País Vasco, Ceuta o Melilla. “Por un piso de 50 metros te cobran como si fuese un chalet”, se queja Marcos (nombre ficticio), de 31 años, sobre los precios en la capital catalana. Tras ocho años en tierras catalanas, en julio pondrá rumbo a su Mallorca natal. En ese tiempo se ha echado novia y creado un círculo de amigos, algunos independentistas. Pero no es suficiente. “Cuando llega una edad y ves que el dinero no se puede estirar, buscas un poco más de calidad de vida”, alega.
José Ángel Seara, de 49 años, tiene una preocupación añadida: cómo afectará el ambiente que se respira en Cataluña a su hijo de 19 años. “Busco el descanso psicológico. No me gusta tener que reivindicar mi nacionalidad española, ni dar explicaciones. No es lo que espero de Cataluña”, cuenta este subinspector, catalán, veterano, que ha aceptado perder la especialidad como guía canino con tal de irse. Recuerda cuando su padre, también policía, le aconsejaba que no dijese su profesión. “Pero parecía que eso se había superado”, se queja. Y se da por derrotado: “Hay una institucionalización de la situación que nadie va a cambiar”, hasta el punto de que ha desintonizado TV-3 y ha cortado algunos lazos familiares. En julio trabajará en Navarra.
“Ese odio que salía por los codos el día 1 y el 2 de octubre no pudo ser motivado por unas cargas policiales. Que fueron muy desagradables, sí. Pero ese odio no se genera en un día”, reprocha un veterano inspector de policía, que vivió “momentos de grandes sinsabores” tras el referéndum. Incluso él, que lleva 40 años en Cataluña, llegó a plantearse irse: “Hay muchas cosas que te hieren, cosas que ves en la televisión, en la radio. Pero bueno, eso va en el sueldo. Que no me quieran, lo acepto, lo que pido es que no me odien”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.