Pat Martino, el aliento de los rituales trascendentes
A sus 74 años, el circunspecto maestro que perdió la memoria aún imparte un magisterio clásico
La historia de Pat Martino es tan fabulosa que a Oliver Sacks le habría servido como carburante para un gran libro. Igual la oyeron mencionar. En 1980, el guitarrista de Filadelfia tuvo que ser intervenido de un aneurisma cerebral severo, le extirparon casi todo un lóbulo temporal y la amnesia le impedía reconocer hasta a sus padres. Tampoco era capaz de tocar la guitarra, claro, pero a partir de sus viejas grabaciones regresó a lo una vez sabido y pudo rescatar la pericia instrumental y sus propios recuerdos.
Martino tiene ahora 74 años, come poco, la ropa oscura le acentuaba anoche su delgadez, es caballeroso en las salutaciones y luce un gesto adusto tras sus grandes gafas. Toca encaramado a un taburete y se escuda tras un atril de partituras, circunstancia atípica para un jazzista de la vieja escuela. Pero habla por intermediación de ese mástil con seis cuerdas por el que, tras casi una década de nebulosa y olvido, sus dedos volvieron a transitar como quien recorre los senderos de la infancia.
La Sala Clamores, llena y expectante, como imitando el aire circunspecto del protagonista, respiraba con el aliento sigiloso de los rituales trascendentes. No es fácil ya seguirles la pista a nuestros mayores, que combaten averías y contratiempos, pero Martino persevera en ese pulso fino, delicado y rico en acentos que le acompaña desde muchacho. Le falla un poco el oído, nos confían, lo que explica el elevado volumen de su amplificador. Pero esos dedos, dios, se lanzan sin red por caricias y vértigos. Y no son pocos los momentos de velocidad endiablada, que él traduce en expresión emocionante y no en pirotecnia virtuosa. Pat salpica el repertorio de vacas sagradas, desde Charles Mingus a Sonny Rollins, con esa elegancia precisa en la estela de Wes Montgomery.
Los aullidos roncos de su organista de Hammond B3, Pat Bianchi, procuran un cobijo excitante. Y resulta entrañable ver cómo un hombre de esta trayectoria se queda embelesado con los solos de su batería. Es entrañable todo, en realidad: como una buena página viva de historia.
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