Arcade Fire, una juerga de concierto
El grupo canadiense roció con su alegría un Sant Jordi eufórico que distó de llenarse
Sí, es verdad, el tópico sobre el indie pata negra, una corriente en la actualidad de capa caída, indica que los músicos tienen un aire ensimismado fruto de lo dificultoso que les resulta afrontar el hecho de vivir. La vida duele, es una montaña emocional que cuesta ascender, y por ello esas caras de distancia y seriedad y ese aparente menosprecio por el éxito. Nada de eso cuadra con una de las referencias del indie actual, esos Arcade Fire que este sábado montaron su particular juerga en el Sant Jordi. Su carácter expansivo ya comenzó con su salida a pista, circulando entre el público por un pasillo mientras un presentador los introducía como si fuesen púgiles dirigiéndose al cuadrilátero, a la sazón su escenario, situado en el centro de la pista con forma de ring. Esta irrupción de los músicos se antojó un poco ridícula por forzada, pero al mismo tiempo mostró que el indie ya no sufre, ahora se busca el baño de multitudes.
Y con la troupe canadiense ya en su escenario comenzó el desparrame, pues desparrame es lo que Arcade Fire ofrecen con su música. La segunda canción ya fue un hit del peso de Rebellion y puso al público como las cabras. Ayuda que al igual que en el primer tema, Everything Now, y como en la tercera composición, Here Comes The Night Time y en muchísimas otras, los tarareos silábicos formen parte de las letras, lo que comporta un punto de irrefrenable alegría beoda al entonarlas. En consonancia, ya había miembros de la banda agitando la toalla por encima de sus cabezas como si aquello fuese una despedida de solteros que ha entrado en la fase de autocombustión. ¡Y era sólo el inicio del recital! Y el cuarto tema, pues más de lo mismo, más tarareo jovial en el comienzo de No Cars Go, con el público rodeando el escenario al que ya se le habían quitado las cuerdas que le daban aspecto de ring. Y para enfatizar aun más la efervescencia del concierto, algunos temas se anunciaban en el luminoso, una forma de anticipar la salivación del personal incluso antes de ver el alimento.
Y quizás debido a que ya consideran suficientemente divertido ofrecer la imagen de nueve músicos dando saltos por escena, el espectáculo ofreció poco más que eso, mucha gente a la que mirar. El cuadrilátero tenía justo encima una pantalla corrida sobre cada lado del mismo en las que se proyectaban imágenes no especialmente llamativas. Las pantallas también servían para dar indicaciones al público, como por ejemplo solicitar el encendido de los móviles, digitales sucesores del tan añejo encendedor, justo antes de It’s Never Over. Las luces sí jugaron un papel más destacado, especialmente gracias al uso de focos que recorrían el local repartiendo luz orientada, o bien cayendo verticalmente sobre los márgenes del cuadrilátero, que entonces podía recordar la cámara de teletransportación del Enterprise. Lo demás, material humano en movimiento.
El repertorio ofreció una buena representación al último y quinto disco de estudio del grupo, Everything Now junto a los inevitables éxitos aún inmarchitables como Ready to Start, Reflektor, Afterlife, Neighborhood 3 o el Wake up con el que cerraron un concierto que sonó desbarajustado, muy de charanga contemporánea. Pero ese es el ángel que los seguidores de Arcade Fire buscan. No fueron suficientes para llenar el Sant Jordi, apenas unos 10.000, pero sí los precisos para montar una juerga de tomo y lomo. Lo que Arcade Fire siguen ofreciendo como si la vida fuese una montaña que ha de subirse enarbolando una toalla.
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