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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi viejo profesor

Font i Rius, fallecido a los 102 años, fue un gran pedagogo, daba una clases formidables, preparadas al milímetro

Francesc de Carreras

Hoy cumpliría 103 años Josep M. Font i Rius, mi viejo profesor de Historia del Derecho, si no fuera porque falleció la semana pasada, rodeado del dolor de los suyos y de sus amigos pero ante el absoluto silencio de las autoridades, incluso las académicas, y que yo sepa, ningún reflejo en los periódicos. Hoy la familia, discretamente, celebrará un funeral en su recuerdo. Así mueren los verdaderos sabios en estos tiempos líquidos de posverdades. La escala de valores, morales y sociales, está muy degradada. Algún día lo pagaremos, probablemente ya lo estamos pagando.

La muerte de Font i Rius me trae recuerdos de mis tiempos de facultad, en la primera mitad de los años sesenta. Me trae el recuerdo de mis primeros profesores, la impresión que me causaron. Yo no sé ahora, pero entonces el paso de un colegio a la universidad era un gran salto, un cambio de nivel: de adolescentes a adultos. Y un factor importante para que ello sucediera era la categoría de los profesores.

En primer curso de Derecho, en el edificio recién estrenado de la Facultad en Pedralbes, un bello ejemplo de arquitectura funcional, tuve tres extraordinarios profesores: Ángel Latorre, Manuel Jiménez de Parga y Josep M. Font i Rius. Cada uno en su estilo, todos ellos eran grandes maestros, personalidades que te impactaban desde el primer día. Entonces me dí cuenta que ya no estaba en el colegio, que estaba en la universidad.

Latorre, catedrático de derecho romano, era un profesor muy cercano al alumno, interesado por el mundo de la cultura y de la política, enfocaba su disciplina como una introducción al derecho privado, explicando las instituciones jurídica romanas con ejemplos en los que aprendías a razonar. Ello te servía para comprender que el derecho es básicamente interpretación y argumentación en base a hechos y normas jurídicas. Esto lo comprendí más tarde, pero siempre me acordé de Latorre, de sus implícitas enseñanzas.

Jiménez de Parga, catedrático de derecho político, era muy distinto: lo que subyugaba en él era la brillantez de su discurso, su capacidad de enlazar algún hecho del día con las grandes ideas políticas y de allí derivar a los conceptos que quería trasmitir, desde los clásicos griegos y romanos a los más recientes maestros de la literatura jurídico-política. La clase, en general de tema imprevisto, era como un discurso en favor de la democracia basándose en la gran tradición británica, norteamericana y francesa, con una armadura teórica de alto nivel.

Font i Rius, catedrático de historia del derecho, era la muestra, casi la caricatura, del sabio investigador siempre a la búsqueda del documento medieval que confirmara, o no, las tesis que defendía en el trabajo que estaba llevando a cabo. Se suele unir el carácter de sabio con el de despistado. No sé si era despistado, pero el doctor Font tenía ese aspecto, deambulando por la Facultad parecía absolutamente inmerso en investigaciones históricas, siempre en busca de cartas pueblas desconocidas que debían causar gran sensación al darlas a conocer en la ponencia que estaba preparando para un congreso internacional o para una intervención en el Instituto de Estudios Catalanes o la Academia de Buenas Letras.

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Font fue un gran investigador, a veces este tipo de profesores descuidan la docencia, explican lo que investigan y poco más. En este caso era lo contrario: Font i Rius fue un gran pedagogo, daba una clases formidables, preparadas al milímetro. Durante los primeros cinco minutos recordaba los aspectos centrales de la clase anterior dialogando con los alumnos y, a partir de este momento, arrancaba su nueva explicación con claridad, orden y sistema. Era fácil tomar apuntes, al final resultaban un compendio de lecciones bien estructuradas.

Font, además, fue mi decano en aquellos años. Hombre temeroso, también era una persona digna, dignísima. En tercero, mis compañeros de clase me encargaron organizar un ciclo de tres conferencias, le propuse a Font como decano que invitara a Aranguren, Pierre Vilar y Murillo Ferrol (que substituyó a Tierno Galván, por aquel tiempo dando un curso en Puerto Rico). Le parecieron muy bien estos nombres, hizo editar un folleto explicativo y las presidió todas en una aula magna repleta de estudiantes.

Investigador, docente, buen decano, gran persona, hoy muchos se acordarán de Font Rius, de aquella universidad, de aquellos tiempos. Contra el olvido el recuerdo.

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