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Crónica
Texto informativo con interpretación

Debate de hoy, rencor de ayer

Iceta y Domènech compiten por ver quién es más valiente al proponer un acuerdo global

Manel Lucas Giralt
Ernest Maragall se dirige a Miquel Iceta.
Ernest Maragall se dirige a Miquel Iceta.m. Minocri

Me ha caído encima como una estación espacial china a la deriva una frase de Xavier Domènech en su primera intervención de este miércoles: éste es el tercer pleno en una semana. Madre mía, es cierto. La vorágine del día a día me había ocultado la dura realidad: en menos de siete días, tres sesiones, sobre lo mismo. Sobre más o menos lo mismo. Plenos convocados deprisa y corriendo, con la inmediatez de aquel grupo de colegas que improvisa gracias al Whatsapp una salida a tomar unos vinos (si no existe, se impone también un grupo de Whatsapp de portavoces de partidos con el president Torrent para tanta iniciativa express.Aunque sería un grupo de esos en los que alguien cuelga un dibujo gracioso y recibe un vacío tenebroso como respuesta, o incluso una notificación de Fulanito ha dejado el grupo).

Había propuestas para declarar a Puigdemont investible, para pedir la dimisión de Roger Torrent, o para lanzar a la cara del PP el documento de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU sobre los derechos políticos de Jordi Sánchez. Un documento que parece un muñeco de ventrílocuo: cada cual le hace decir lo que quiere. El texto admite a trámite la denuncia de Jordi Sánchez sobre su derecho a ser investido, pero no entra a valorar el contenido. Eso sí, recuerda, y ahí está la perla, que los derechos de los electos deben respetarse. Los independentistas se han acogido a esa frase con devoción mariana —con perdón— porque, en efecto, alguien ha considerado necesario recordarle al Estado español que debe respetar los derechos civiles. De todos modos, ahí está Israel —ese referente para tantos nacionalistas catalanes— para explicarles con qué alegría se puede uno pasar por el arco del triunfo y el muro de las lamentaciones las resoluciones de la ONU, y seguir con aquella alegría.

Será por mi edad, pero creo que el gran momento del debate fue el cara a cara entre Miquel Iceta y Ernest Maragall. Un viejo contencioso con la sensibilidad a flor de piel. Contencioso del proto-procés, del año 2006, cuando el aparato del PSC forzó la liquidación política de Pasqual Maragall al impedir que se presentara a la reelección como president de la Generalitat. (Algún diputado de hoy ni tenía edad de votar, otros abrían el periódico por el suplemento de Cultura, e incluso alguno por las páginas de deportes).

Fue durísimo Ernest Maragall, que atacaba a Iceta hoy —“sus palabras me suenan vacías”— con la mente puesta en el ayer. El socialista actual, muy metido en papel de dialogante, regateó cuanto pudo; es más, se permitió cerrar el cara a cara con algo que sonó muy parecido a “éste es el principio de una buena amistad”. Nada menos.

En las últimas horas, Iceta y Domènech compiten por ver quién es más valiente proponiendo un acuerdo global. El Común ha concretado más: un gobierno de independientes con un mandato limitado en el tiempo. Hay grupos que a esto le responden con un comentario de sorna, otros que no se permiten ni una debilidad que les suavice el gesto de ofendidos, y unos terceros a los que brillan los ojos al oír la propuesta pero tratan de fingir un poco de escepticismo, porque siempre sobrevuela el sorteo de “traidor del mes”. Ya saben, “siempre toca”.

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