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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las mujeres toman la palabra

Los hombres se resisten a ceder un poder secular inscrito en la cultura, en las mentalidades y en las instituciones

Josep Ramoneda
Manifestantes en Barcelona.
Manifestantes en Barcelona.JUAN BARBOSA

Como dice Mary Beard: “El poder de los hombres está correlacionado con su capacidad de silenciar a las mujeres”. Dejarles sin voz, es decir, sin poder. La historiadora británica nos recuerda “el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer que se calle”. Es al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, que Beard describe así: “cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: ‘Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca. El relato estará al cuidado de los hombres y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa’. Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior”.

Recuperar la palabra es condición de toda transformación real. Por eso es tan importante una jornada como la del 8 de marzo, en que la voz de las mujeres ocupó la calle y se hizo con el espacio comunicacional, consiguiendo un amplio reconocimiento. Y por eso ha sido decisivo un fenómeno como Me too. De pronto, mujeres con carisma de estrellas del espectáculo rompieron el silencio y mostraron sus sufrimientos contenidos, en un aterrizaje que las aproximó a las demás y provocó un cambio de paradigma. Se han modificado los términos tanto de la emisión como de la recepción de los mensajes. El terreno de juego se ha ampliado: todos, también los hombres, nos hemos sentido interpelados, aunque sigan existiendo algunos recalcitrantes empeñados en negar lo evidente; el feminismo se ha popularizado, desbordando el carácter elitista de sus manifestaciones más militantes; y el debate se ha abierto incorporando nuevos temas y actores. Se ha ganado voz, por tanto presencia y reconocimiento. Pero no todos los que hoy aplauden las palabras estarán de acuerdo a la hora de implementarlas. PP y Ciudadanos no han ocultado sus reticencias, con peregrinos argumentos como un presunto deje anticapitalista en la convocatoria.

Dos factores han contribuido al nuevo salto adelante del feminismo. La visualización de esta tragedia soterrada que es la violencia masculina sobre las mujeres, con tantas dificultades para salir de las sórdidas paredes de la casa, hacerse hueco en la escena pública y llegar a los tribunales. Poco a poco se va perdiendo el miedo y se asume que no hay que soportar el silencio. Y la vergüenza alcanza a los hombres que nada hicimos para romper los muros. El otro factor es el énfasis en la cuestión de la igualdad: una bandera que invita a compartir. Es injusto que los hombres y mujeres no sean iguales en derechos y deberes. Con lo cual, la reivindicación se articula con otras formas de discriminación que las mujeres comparten con los hombres y acumulan en mayor medida.

Estamos ante una cuestión de reparto y redistribución del poder. Los hombres se resisten a ceder un poder secular inscrito en la cultura, en las mentalidades y en las instituciones. Hay fundamento antropológico: el reparto de papeles para la subsistencia de la especie. Pero hoy los humanos disponemos de una capacidad de hacer y decidir, que hace bochornoso justificar las injusticias en nombre de la naturaleza. El capitalismo encontró una perversa formulación de la dominación en la distinción entre trabajo productivo e improductivo, estableciendo que el trabajo improductivo no merecía ser retribuido. Y así la mujer, sin autonomía económica, quedaba encadenada al marido, entregada a la tarea de cuidado y reproducción de la fuerza de trabajo. En tanto que se trata de romper esquemas muy instalados, el movimiento de las mujeres es un movimiento de liberación, que nos concierne a todos. Y a los hombres se nos acaban las coartadas para resistirse a ceder poder y compartir.

Como demuestran estudios rigurosos, los estereotipos tradicionales de género siguen vigentes entre los jóvenes. Tomar la palabra es un paso determinante. Pero, a partir de aquí, la gran batalla es la educación. ¿Cómo transmitir, para decirlo al modo de Judit Butler, que la construcción del género es un proceso que desborda los modelos de feminidad y masculinidad que funcionan como normas sociales?

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