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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Retroceder es posible

El conflicto catalán es una expresión aguda del retroceso en conquistas políticas de la Transición que se consideraban consolidadas

Enric Company
Manifestación de la Diada de 1977 con pancartas de apoyo a Tarradellas.
Manifestación de la Diada de 1977 con pancartas de apoyo a Tarradellas.efe

Mirarse el ombligo es una de las mejores maneras de autoengañarse y eso es lo que les sucede a quienes creen que la crisis catalana es el eje en torno al que todo gira. No es así. Lo que está en curso es una reversión de logros sociales y políticos que se daban por consolidados y de los que el conflicto catalán y la intervención de la Generalitat por el Gobierno de Mariano Rajoy, incluso si se considera justificada, son solo una parte. En términos políticos, España vive tiempos de restauración. Un rebrote del autoritarismo social y político del que la derecha es heredera directa, como semanas atrás reivindicaba un notorio ex ministro franquista, Fernando Suárez.

El malestar por los retrocesos comenzó a expresarse en 2011 con el movimiento del 15-M y las mareas de protesta del comienzo de la crisis. A los jóvenes indignados se les unió una parte de la generación que en la década de 1960 había emergido como la gran impulsora de la lucha antifranquista, frustrada por la deriva política que José María Aznar inició a mitad de la década de 1990. La de los soixante-huitards es una generación forjada en la firme convicción, rayana en la fe ciega, de que el futuro solo podía ser mejor. Y así había sido, sin duda alguna, en las primeras décadas de la democracia, sea cual sea el parámetro que se utilice para comparar la sociedad de hace cuarenta años con la actual: los derechos civiles y libertades, el nivel medio de la enseñanza, la renta per cápita, el PIB, la apertura económica y cultural al exterior, etcétera. Ahora sin embargo, la convicción de que el futuro será mejor se ha evaporado. Ha sido sustituida por la incertidumbre y el miedo.

El estado de ánimo que predomina hoy entre los jóvenes es el contrario del que imperaba entre los protagonistas de la lucha antifranquista en el periodo 1965-1977. Se expandió entonces la creencia de que la Constitución de 1978 y, en Cataluña, el Estatuto de Autonomía de 1979, establecían una cabeza de puente a partir de la cual se podrían ampliar los derechos y mejoras que quedaban pendientes. Por eso se podía seguir creyendo que el futuro sería mejor. Lo conquistado se consideraba irrevocable y era la base desde la que seguir avanzando.

El empuje duró hasta el segundo gobierno de José María Aznar. Entonces se vio que aquella fe en un avance constante era una visión parcial, idílica, del pacto de la Transición. Se comprobó que la Constitución era una vía por la que se podía circular en dos sentidos, hacia adelante sí, pero también hacia atrás. No hasta el punto de resucitar la dictadura, por supuesto, pero sí para neutralizar avances importantes.

Nadie creía que sería posible el despido libre y, en la práctica eso es lo que tenemos. La reforma laboral, la ley mordaza, los sucesivos endurecimientos del Código Penal, y no digamos ya la subordinación de toda la política económica a los intereses del sistema financiero, han roto la idea de progreso constante. Se puede retroceder. Vaya si se puede. Insultar al jefe del Estado o ponerse una nariz de payaso al lado de un policía puede suponer pena de cárcel.

También se creyó que la autonomía de Cataluña era una conquista irreversible. Pero el Estatuto votado por la ciudadanía en referéndum fue recortado porque el PP, el partido que había perdido todas las elecciones en Cataluña, creía que se había llegado demasiado lejos. Las protestas contra el recorte derivaron al final en movimiento independentista y, tal como profetizó Felipe González hace unos meses, los catalanes han comprobado que antes pueden perder la autonomía que alcanzar la independencia. Ha resultado entonces que aquello que se tenía por consolidado a través de la Constitución y el Estatuto no resistía un decreto de Mariano Rajoy: se cesa al presidente de la Generalitat y a su gobierno, se disuelve el parlamento catalán y ya está.

Está aún por ver cómo acabará la calificación jurídica de la interpretación que se ha hecho del artículo 155 de la Constitución. Existe un precedente, el de 1935, cuando el Tribunal de Garantías de la República declaró inconstitucional la suspensión de la Generalitat por parte del Gobierno central, un año antes. Ya se verá. Pero se puede retroceder. Claro que se puede. En su momento se celebró que la Transición resolviera tres graves contenciosos históricos: el problema militar, el dominio de la Iglesia y el conflicto catalán. El tercero ha rebrotado, 40 años después.

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