Crudos y despendolados
Los suecos recuperan la credibilidad con un eufórico regreso a La Riviera, ya con la voz ronca de Dixgård como aval máximo

Durante la década pasada, Mando Diao era un grupo resultón y poderoso que siempre parecía a punto de llegar muy lejos. A estas alturas puede que las expectativas se hayan enfriado, pero los suecos refrendaron anoche en La Riviera, llena una vez más a rebosar, que aún conservan eso que se llama predicamento. Había ganas de pillarlos por banda: desde 2004, la primera vez que asomaron por Moby Dick, solo se les recordaban conciertos viscerales y vitamínicos. Y el de ayer, digámoslo ya, no fue para nada una excepción.
El quinteto de Borlänge (un pueblito de 40.000 habitantes, no nos vayamos a creer) es lo bastante efectista y pomposo como para salir a escena al compás atronador de Ennio Morricone. La banda sonora de 'Salario para matar' se corta abruptamente con el trallazo guitarrero de 'San Francisco bay', la primera inyección de 'garage' revoltoso y flequillos alborotados. Llegarán muchas más: los (ya no tan) chavales disponen de un vasto cargamento de agujas para inocularnos el espíritu de aquellos años sesenta espontáneos, despendolados y crudos. Como ellos, artífices de una gozosa anacronía.
Fieles a esa filiación, los cinco nórdicos se visten de negro riguroso y desprecian muchos metros cuadrados del escenario para arremolinarse y brincar juntos de una manera más cercana y fraternal. Ventajas de sentirse frescos y vigentes: los Diao han tenido que sobrevivir a un disco sencillamente horroroso, 'Ælita' (2014), y a la deserción un año más tarde de uno de los dos cantantes y líderes, Gustaf Noren.
El fin de la bicefalia coloca todo el foco sobre la figura de Björn Dixgård, un tipo de maravillosa voz ronca, a la manera de Rod Stewart en tiempos de los Faces (o, más recientemente, del aún poco divulgado Jon Allen). Y funciona: Dixgård se desgañita, es teatral y enfático, piropea al público y a esta "fuckin' city" (sic) nuestra como un perfecto escandinavo convicto.
El escepticismo ante las turbulencias puede que haya contribuido a que 'Good times', la más reciente y revitalizadora entrega, pasara en 2017 bastante inadvertida. Pero la banda tiene motivos para sacar pecho: 'Dancing all the way to hell' es un disparo al centro de la diana y el tema central resulta sencillamente adictivo. Los suecos se la juegan con los temas nuevos y los éxitos más remotos ('Mr. Moon', el soberbio 'The band'), aun a costa de orillar clásicos de eficacia probada ('Long before rock and roll'). Pero tocaba, seguramente, poner a cero el cuentakilómetros. Con The Strokes y sus paisanos de The Hives en estado de hibernación, nos quedan ellos como la gran esperanza para ese rock de ascendente viejuno. Visto lo visto anoche, por contundencia expeditiva, quedan motivos para conservar la fe.
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