Manuel Padorno, de Las Canteras a la Fuente del Berro
Este viernes se presenta su poesía completa en la librería Alberti de Madrid


Manuel Padorno era un renacentista; practicó todas las artes, desde la pintura hasta la poesía. Vivió en su exilio del mar, en Madrid, con el tiempo cambiado. Nació en Tenerife, en 1933, y pasó gran parte de su vida en Madrid. La muerte le sobrevino en esta ciudad, en su casa de Fuente del Berro.
Esta tarde, a las 19.00, la librería Alberti (Tutor, 57) acoge la presentación del segundo tomo de sus poesías completas, editadas por Pre-textos con la Fundación CajaCanarias. Intervendrán Miguel Casado, Alejandro González Segura y Manuel Ramírez. Si acudieran todos a los que ayudó este poeta del mar no cabría la gente en el local.
Su infancia, como las de sus contemporáneos el pintor Manolo Millares y el escultor Martín Chirino, se hizo en la playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria. Y con su mujer, la filósofa Josefina Betancor, emprendió en los años cincuenta del siglo XX el viaje a la Península. Pasó, pues, de una de las mejores playas urbanas del mundo, a esta ciudad con olor a gas de mediados del siglo XX. Su barrio aquí fue la Fuente del Berro, en cuya avenida de los Toreros vivió años fructíferos y también muy estrafalarios.
Vivía de noche, y de noche escribía y pintaba, frenéticamente. Solo después de su muerte (en aquella casa de la Fuente del Berro, en 2002) se supo todo lo que había hecho sin que se le notara. Entonces se aclaró en qué pasaba aquellas noches de intenso tráfico de tabaco y vino: pintaba cuadros y escribía una poesía en la que, como en su pintura, se transparentaba su amor a la arena y al mar en que se educaron sus sentidos cuando aún era un chiquillo que se parecía a Marlon Brando.
En aquellos tiempos en que pasaba de Dante a sus propios poemas, o de las abstracciones de Rothko a sus propias pinturas serenas, Padorno se fue haciendo un artista secreto que cuando salió a la luz fue el resplandor que no cesa. Manuel descendía al silencio oscuro de las noches y allí hacía todo lo que en general se hace a la luz del día: comía de grandes calderos, desayunaba al revés que lo que manda la burocracia de los tiempos, y cenaba cuando los demás toman yogures.
Ese volcán que fue Padorno halló sosiego junto a Josefina Betancor y a sus dos hijas, que tras la muerte del patriarca se han dedicado a reordenar su ingente obra dispersa, que, en el caso de la poesía, ha estado editada, entre otras firmas, por Tusquets y por Pre-textos.
También con Josefina creó editoriales para la poesía y para las artes narrativas. La última, Taller de Ediciones JB, ayudó a celebrar autores y a explicar también el genio que, con el seudónimo de Mateo Alemán, era Padorno para la producción de los libros que editó.
María Zambrano dijo de él: “Sereno, dueño de sí, necesitado tan solo de verse en otro”. Solo una mujer como Zambrano fue capaz de usar el adjetivo sereno para referirse al torbellino que vivía al revés en la Fuente del Berro. Y ese es el clima, sereno, en el que ahora habitan sus poemas y sus pinturas.
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