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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fe y el destino

Auspiciado primero y condicionado después por ellos, el 'pinyol' acabó siendo el hueso de Artur Mas

Josep Cuní
Artur Mas ha anunciado, en la sede del PDeCAT el martes.
Artur Mas ha anunciado, en la sede del PDeCAT el martes.Massimiliano Minocri

Nadie camina de costado. Lo sabemos porque lo vemos. Dar un paso al lado es un eufemismo. Y cuando alguien quiere hacer creer lo contrario es porque nos está indicando que pretende seguir una ruta paralela a la que las circunstancias le han obligado a abandonar para intentar regresar más adelante a la calle principal. Pero también aprendimos que las líneas paralelas son aquellas que nunca se encuentran, por eso intuimos que volver sobre los pasos perdidos es un imposible.

La geometría marca la vida y la poesía la senda. Aquella que, según Machado, al volver la vista atrás verás que nunca has de volver a pisar. Que Artur Mas repita por segunda vez en dos años que da un paso al lado no significa que ignore este principio elemental. Solo quiere disimular públicamente lo que le escuece personalmente. Es comprensible. Sabe que le echan pero se resiste a admitirlo. Las circunstancias políticas han sido aciagas con él. Paciente aspirante, ha visto alargar todas sus esperas más allá de lo previsible. También doblemente como oponente a Maragall: por delegación en el Ayuntamiento primero y como candidato a la Generalitat directamente después. Solo una constancia a base de esfuerzo fruto de una contención a prueba de tentaciones podían permitirle mantenerse a flote en medio de un mar embravecido por intempestivas borrascas. De ahí el timón de referencia y su consigna marinera.

Pero el mar es traidor incluso para los navegantes más experimentados. Y la política es un océano. Sus corrientes conocidas conviven con las inadvertidas y los temporales anunciados con los cambios imprevistos de viento. Así se ha visto él mismo surcando las aguas turbulentas del destino que como creyente confeso ha tenido que aceptar aunque como persona altiva concibe injusto. Su insistencia en proyectar una imagen de humildad ha contrastado con su resistencia a reconocer públicamente sus errores, el principal de los cuales confiar en exceso en unos colaboradores que se han demostrado asesores poco atinados y compañeros demasiado interesados.

Releer el retrato nada complaciente entonces que le hizo Pilar Rahola en La máscara del Rei Artur (2010) ayuda a percatarse de ello y a descifrarlo con la lupa del tiempo. Allí el protagonista insistía que no se debía a nadie y que los edecanes del pujolismo conocidos como pinyol, en caso de existir, no le limitarían una vez alcanzada la costa presidencial. No fue así. Auspiciado primero y condicionado después por ellos, el pinyol acabó siendo su hueso. Y tan duro de roer que para salvarles tuvo que hacer el primer gesto hace ahora justo un año.

La sentencia prevista para la próxima semana del caso Palau le obliga al segundo provocado por otras razones judiciales. Una ya sentenciada, otras amenazantes. Así, lo que él quiso hacer creer que sorteaba hábilmente de la política se lo ha arrebatado eficientemente la justicia. En medio, el ungido Puigdemont que se rebeló a ser el obediente delegado asignado. Lógico. También la vida demuestra que de tan difícil, es casi imposible ostentar el poder por persona interpuesta. Llegado el momento, ésta debe tomar decisiones que no siempre pueden ni ser concertadas ni siquiera consultadas. Y menos aún, si estas audacias obedecen a convicciones propias en momentos cruciales que ayudan a matar al padre. Por erróneas que se demuestren posteriormente, como así ha sido y así se está pagando. Artur Mas el primero. Presentado hoy por sus contrarios como el responsable del delirio independentista no tardará en conocer el veredicto de sus detractores, que se alejaran de él verbalmente como ya hicieron estos últimos meses sutilmente al percatarse que no había vuelta atrás y que las únicas posibilidades de mantenerse en el poder era arrimando su ascua a la sardina de quien podía pelearlo.

Y ahí están algunos de ellos, asesorando en Bruselas lo que no pueden imponer en Catalunya. Ese país virulento que Mas conoce y padece. Ese calvario social plagado de corrientes subterráneas de las que emergen los zarpazos más dolorosos por inimaginables. Ese mundo desagradecido en el que es ingrato sobrevivir a tu propia estela cuando el tiempo la va difuminando. Y ese fue el otro traspié de quien no supo leer las escrituras electorales y no quiso ceder a la evidencia del veredicto. Cual centro de un triángulo perverso, Artur Mas ha ido viendo como cada uno de los vértices se le alejaba inexorablemente. La presunción de inocencia judicial, la generosidad que esperaba de los beneficiarios de sus concesiones económicas y la lejanía de unos herederos políticos que le dieron por amortizado cuando entendieron que debían refundarse en otras siglas imposibles. Reivindicándose como mártir de la causa por él enarbolada solo consiguió parecer una víctima removiéndose en su egocentrismo. Por eso dice que solo vuelve a dar un paso al lado pero que no se retira. Y es cierto. Le retiran.

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