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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los referéndums: votando en soledad

Cataluña solo ganará si hablamos de su relación con España, mientras que si votamos habrá ganadores y perdedores

Colas de las elecciones del 21-D.
Colas de las elecciones del 21-D.Albert garcia

Los problemas se acumulan, de manera que al desconcierto económico y social hay que añadirle una impugnación a la política y a la democracia. Utilizando como emblema el grito “no nos representan”, hemos trasladado la responsabilidad de nuestras dificultades a una casta de políticos alejados e incompetentes. La democracia representativa estaría ya agotada. La ciudadanía, hastiada de intermediarios, estaría reclamando tomar las riendas y asumir directamente las decisiones. Frente a la vieja democracia representativa, el futuro estaría en una apuesta por la democracia directa.

Esta invocación a formas de democracia directa se materializaría, por ejemplo, en el referéndum sobre la salida de Reino Unido de la UE y también en la más cercana experiencia catalana. En ambos casos, la solución estaría en las urnas, concediendo a la ciudadanía la capacidad de decidir. Este hilo argumental es potente y seductor. En primer lugar, porque identifica a los culpables de nuestra situación: los representantes políticos. Y, en segundo lugar, porque invoca de manera muy comprensible la base etimológica de la democracia: el gobierno del pueblo. Un argumento potente y seductor, aunque puede resultar falaz y esconder algunas perversiones. A continuación me referiré a algunas de ellas, asumiendo que no se trata de descartar los referéndums sino de advertir de sus debilidades.

Un referéndum es un mecanismo de democracia directa que podríamos definir como aquél en el que los ciudadanos deciden a través de su voto sobre temas de contenido político y no únicamente sobre quiénes serán sus representantes. Sin embargo, siendo algo más precisos, tendríamos que añadir que la democracia directa también es inmediatez en las interacciones y que, por lo tanto, exige una relación cara a cara entre los participantes. La literatura especializada sostiene que, cuando la democracia directa se limita al voto y no cuenta con la interacción, entonces nos encontramos con una forma empobrecida de democracia.

El primer problema de los referéndums tiene que ver con el hecho de tratarse de un ejercicio de suma cero, donde lo que unos ganan es lo que otros pierden. Si el 52% de los votantes optara por la independencia de Cataluña, la posición del otro 48% habría perdido la partida. Se considera, en cambio, que una democracia plena es aquella que favorece la suma positiva; es decir, decisiones que sin satisfacer plenamente las opciones de nadie, sí puedan interpretarse como beneficiosas para todos. La clave de la suma positiva está en la deliberación, no en el voto. Es decir, Cataluña solo ganará si hablamos sobre su relación con España, mientras que si votamos habrá ganadores y perdedores particulares.

La lógica de suma cero es binaria, de manera que lo que consigue no es mitigar sino agravar los conflictos. La democracia debería ser aquello que nos permite convivir en la diferencia, mientras que los referéndums conducen a dividirnos. Jane Mansbridge sostenía que “este modelo de democracia adversarial es la democracia de las sociedades cínicas, pues sustituye el interés común por el interés propio, los momentos de encuentro y diálogo por la soledad del voto”.

Un segundo problema tiene que ver con la calidad de las decisiones que se adoptan. La democracia representativa reclama votantes informados; es decir, ciudadanos con opiniones políticas pero que delegan en sus representantes los debates detallados y las decisiones concretas. La democracia directa, en cambio, implica que las decisiones las toman los ciudadanos, de manera que deben ser capaces de pasar de la información genérica al conocimiento político sólido. Por esta razón, suele considerarse que un referéndum debe llegar precedido de un intenso y cualificado debate público. Esto es lo que sucedía en el ágora griega y lo que, según parece, debería hoy pasar en el ágora mediática que domina y, de hecho, pervierte nuestro acceso al conocimiento político. Cuando en este espacio mediático domina el periodismo de parte, el recurso a los titulares llamativos y las simplificaciones más burdas, entonces es difícil pensar en la posibilidad de adoptar decisiones de calidad.

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Hoy es un lugar común considerar que el referéndum es la única salida al actual bloqueo político de las relaciones entre Cataluña y España. Quizá sea cierto y finalmente deberemos acudir a las urnas. Pero no deberíamos olvidar que se trata de una salida pobre. Y deberíamos recordar los límites de un mecanismo que puede intensificar el conflicto y favorecer decisiones empobrecidas. Como nos advertía Giovanni Sartori, “el pueblo tiene el derecho a equivocarse, aunque esto no justifica que lo induzcamos al error”.

Quim Brugué es profesor de Ciencia Política en la Universitat de Girona.

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