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La fuerza de la palabra desde una celda de Tordesillas

Lección de Concha Velasco en ‘Reina Juana’, que prorroga funciones en el teatro Borràs hasta el domingo

Concha Velasco, en un momento de 'Reina Juana'.
Concha Velasco, en un momento de 'Reina Juana'.SERGIO PARRA

Emociona ver al público en pie, aplaudiendo a Concha Velasco mientras la colosal actriz vallisoletana agradece las muestras de entusiasmo dando la mano a algunos espectadores de la primera fila. Es la imagen de un éxito merecido tras hora y cuarenta minutos de esfuerzo y talento dando vida a la reina Juana I de Castilla en el monólogo Reina Juana, de Ernesto Caballero, dirigido por Gerardo Vera: es la lección de una gran dama del teatro que conviene no perderse. Tanto es así que el teatro Borràs ha prorrogado las funciones hasta este próximo domingo.

La noche anterior a su muerte, en la fría celda del monasterio de Tordesillas donde permaneció encerrada durante 46 años, Juana la Locarepasa su vida en una última confesión que muestra su espíritu rebelde, su carácter forjado en el orgullo y la reivindicación de una razón que nunca perdió, aunque le fue negada en vida. En su largo monólogo, el dramaturgo Ernesto Caballero convierte esa confesión en un tour de force de una actriz colosal que emociona simplemente con la fuerza de las palabras.

Dicción clara, buena proyección de la voz, intensidad, energía y variedad en los matices. Son cualidades que Concha Velasco atesora y convierte en arte. El teatro está en la voz, también en el gesto y el movimiento, pero ante todo en la voz hablada, cantada y callada: también en los silencios. Y en Reina Juana, la vallisoletana imparte una lección hoy muy necesaria, pues la buena dicción no es frecuente en las nuevas hornadas de actores y actrices.

Concha Velasco es Juana por la fuerza de la palabra y por esos giros de humor, esas pinceladas magistrales de actriz curtida en mil comedias que arranca la sonrisa en medio del desgarro de una vida marcada por la pasión amorosa y la renuncia al poder.

Caballero dibuja el carácter y la fuerza interior, el dolor y la rabia, las ilusiones perdidas de una mujer culta, sensible y apasionada que, desde la infancia hasta su muerte a los 75 años, fue maltratada por su madre, Isabel la Católica y los hombres de su familia que la hicieron pasar por loca: su padre Fernando el Católico; su marido, Felipe de Habsburgo, el Hermoso; su hijo, el emperador Carlos I; y su nieto, Felipe II.

La cuidada dirección de Gerardo Vera, la funcional escenografía firmada por Alejandro Andújar y el propio Vera, la poética iluminación de Juanjo Llorens y las videoproyecciones de Álvaro Luna, refuerzan su interpretación, bañada en tintes oscuros, muy de película en blanco y negro.

Algunas ilustraciones musicales funcionan muy bien, como el inicio de un bellísimo Kyrie, de Josquin Desprez, acorde al tiempo histórico evocado; otras lo son menos. Curiosamente, el sonido de campanas repicando cobra más fuerza teatral que todas ellas.

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