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Divertimento sin trampas

'Prefiero que seamos amigos', un duelo teatral cómico entre Lolita Flores y Luis Mottola

Lolita Flores y  Luis Mottola en una escena de 'Prefiero que seamos amigos'.
Lolita Flores y Luis Mottola en una escena de 'Prefiero que seamos amigos'.

Naturalidad, desparpajo y vis cómica. Con estas armas, Lolita Flores se mete en la piel de Claudia, una florista de cincuenta y tantos años, enamorada de su mejor amigo, Valentín —un atractivo galán encarnado con gracia por el actor de origen argentino Luis Mottola—, que no muestra el más mínimo interés en responder a su pasión sexual. Ellos protagonizan Prefiero que seamos amigos, exitosa comedia francesa de Laurent Ruquier que puede verse en el Teatre Goya hasta el 7 de enero de 2018 en un montaje dirigido con buen pulso por Tamzin Townsend.

No hay trampas en este divertimento que ofrece lo que promete: una comedia ligera, de ritmo ágil y humor fácil que, en la versión española firmada por Townsend y Chema Rodríguez-Calderón, parece escrita a medida del temperamento y la comunicativa personalidad de Lolita. De hecho, el gancho del montaje, estrenado en abril en el Teatro de La Latina de Madrid, es ver cómo la popular cantante y actriz lleva el personaje tan a su terreno, que realidad y ficción parecen fundirse con el mismo punto de cocción de un espectáculo televisivo.

La experiencia y el instinto de Townsend juegan a favor de un espacio teatral que deja abiertas las puertas a la inspiración del momento. La trama explora, de forma bastante previsible, la frustración y la rabia que el paso del tiempo provoca en una mujer llena de deseos y pasiones cuando llega a una edad en la que se siente invisible para el sexo contrario.

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En la segunda de las tres escenas del montaje —la de mayor peso de la obra—, Claudia cita a Valentín en su floristería, dispuesta a confesarle su amor; se suceden a buen ritmo los gags y golpes de efecto que animan la trama, dejando al descubierto deseos y frustraciones, mentiras y también mezquindades que ponen en jaque los sentimientos de los personajes. No hay demasiado tiempo para la reflexión: es una comedia romántica que busca sin tapujos las sonrisas y carcajadas del público.

Lolita vuelve al mismo escenario en el que triunfó dando vida con intensidad dramática a La Colometa en el montaje de La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda, dirigido por Joan Ollé. Aquí luce su registro cómico y actúa y canta con la misma frescura que muestra en sus apariciones televisivas; aprovecha hasta los lapsus y despistes para provocar las risas y la complicidad de un público encantado de ver en acción a la hija mayor de Lola Flores, que en esta función tuvo que lidiar con una ligera afonía que empañó algunas ingeniosas réplicas.

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Mantiene el tipo con gracia y naturalidad Luis Mottola, que sale airoso en los combates dialécticos, aunque abusa del soniquete. No defrauda la pareja protagonista, aunque caen en la repetición de gestos y mohines. Y en el caso de Lolita, la sobrecarga gestual remite a la hilarante forma de actuar que Lina Morgan convertía en arte escénico y aquí resulta algo cansina.

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