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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La radicalización de Ciudadanos

Albert Rivera se dispone a recoger la herencia del expresidente Aznar, algo desteñida por la indolencia ideológica de Rajoy

Josep Ramoneda

“La injusticia que supone el cuponazo vasco incrementa la desigualdad”. “El cuponazo es darle dinero a quien debe aportar: un privilegio y un agravio”. Lo ha dicho Albert Rivera en el parlamento al votar —junto con los valencianos de Compromís— contra la actualización del cupo vasco. El principal socio del PP se desmarca, aprovechando una nueva ocasión para regalar los oídos de los sectores de la derecha más irritados por la crisis territorial.

Es curioso el caso de Ciudadanos: sus dirigentes cada día están más enfadados, la irritación se ha convertido en su modo de estar en el mundo. Apareció el partido en Cataluña como un proyecto centrado en un solo tema: la política lingüística y la defensa del castellano en esta comunidad, un proyecto reactivo que ha marcado su carácter. Sus dirigentes decidieron dar el salto a la política española en el clima general de renovación que condujo a la ruptura del bipartidismo. Mientras se han ido consolidando territorialmente en toda España, en el contexto de la crisis catalana, se han ido agriando paulatinamente, hasta emprender un cambio de rumbo acelerado que les ha llevado a desbordar al PP por la derecha. Ciudadanos tenía que ser el ala liberal del espacio conservador y se está convirtiendo en plataforma de acogida de la derecha más ideológica y más patriótica, la que sigue teniendo a Aznar como referente.

El último pinito reformista de Ciudadanos fue el fallido pacto de gobierno con el PSOE de Pedro Sánchez. A partir de allí se puso al servicio del PP, eliminó de un plumazo las referencias socialdemócratas de su programa hasta que, especulando con las vacilaciones de Rajoy, encontró un caladero entre aquellos que consideran que el presidente es demasiado débil. Albert Rivera y los suyos emprendieron rápidamente la construcción de un perfil ideológico duro, basado en la interpretación más radical del artículo 155 y la reespañolización de Cataluña en particular y de España en general, desde el que ahora amenazan con robar votos al PP desbordándole por la extrema derecha. Y este es hoy su programa.

Algunos dicen que la dureza de Rivera contra el cupo vasco busca votos en Cataluña, pero su verdadero objetivo son los votos del PP en España. El líder de Ciudadanos ha aprendido de Aznar algo que en la monserga pospolítica algunos tienden a olvidar: la conquista de la hegemonía ideológica es el paso previo a la conquista del poder político. Y así Rivera se dispone a recoger la herencia del expresidente, algo desteñida por la indolencia ideológica de Rajoy, que, sobre la base del doctrinarismo patriótico español y de un neoliberalismo de catecismo, dio a la derecha una hegemonía que todavía dura y que Rivera quiere prolongar. Y Aznar se lo reconoce señalándole como escogido.

En este juego hay un objetivo inmediato: cortocircuitar la única vía de un posible entendimiento entre el soberanismo y el constitucionalismo: la bilateralidad. El mismo jueves, Pedro Sánchez se apuntaba a esta apuesta: al tiempo que votaba el cupo vasco se comprometía a no aceptar solución alguna para Cataluña fuera del sistema de financiación autonómica general. Lo que se tolera al País Vasco no se tolera a Cataluña, entre otras cosas, por una razón de dinero. Al 20 por ciento del PIB pocas concesiones. La crisis soberanista ha puesto en guardia a muchas regiones. Y el valencianismo ha tomado la palabra con un aviso: No al cupo vasco si no se replantea previamente el modelo común. Y sólo es el principio.

El conflicto catalán ha dinamizado el desplazamiento de la política española hacia la derecha, que ya se había iniciado con la debacle socialista cuando, después del espejismo Zapatero, se puso de manifiesto que la socialdemocracia había perdido por completo la hegemonía ideológica. PP baja, pero Ciudadanos lo compensa con creces, el PSOE sigue sin reencontrar su espacio, Podemos va a la deriva, incapaz de anclarse en ninguna parte y deudor de sus socios locales que son los que les han dado los mejores resultados. Y todo ello a la espera de que se despeje la niebla en Cataluña. Que es mucho esperar. En los últimos días gana enteros una hipótesis: que el 21-D podría ser poco más que la antesala de unas nuevas autonómicas. Convocadas, estas sí, desde Catalunya, y con la renovación de ideas y de personas que ahora no ha sido posible.

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