Ganan las canciones
Ivan Labanda y Elena Gadel lideran en el teatro Victòria una versión de Cabaret de gran fuerza musical
La clave está en las canciones. Un puñado de memorables canciones que mantienen la formidable salud de hierro de Cabaret, el gran musical de John Kander y Fred Ebb que triunfa en el Teatro Victòria en la versión en castellano dirigida por Jaime Azpilicueta. Ivan Labanda como histriónico y mordaz Maestro de Ceremonias y Elena Gadel, atractiva Sally Bowles, tiran del carro y aseguran el éxito de un montaje teatralmente convencional que brilla más en su vertiente musical y coreográfica.
La cuidada producción, con un diseño escenográfico que remite a la estética del espectáculo original de Harold Prince estrenado en Broadway en 1966, funciona sin fisuras, tras su paso por Madrid y otras ciudades españolas. Quizás sea esa sensación de dejà vu el principal riesgo del montaje, que tiene su principal baza en la calidad musical y el brillo de sus grandes temas, desde el arrollador Willkommen a Cabaret, pasando por Money, money y Maybe this time, incorporadas a la versión cinematográfica de 1972 dirigida por Bob Fosse.
Mantener a raya el fantasma de las comparaciones es dificil en un musical tan marcado por la huella de Liza Minelli y Joel Grey, que estrenó el montaje original, en el que Lotte Lenya y Jack Gilford encarnaban a la vieja dueña de la pensión Fraülein Schneider y el frutero judío Herr Schultz que la corteja. Logran mantenerlos a raya, en gran medida, Labanda, que se mete al público en el bolsillo con su vis cómica y delirante gestualidad, y Elena Gadel, que se crece en los grandes temas.
En la mayoría del reparto, los recursos vocales son superiores a la eficacia como actores, sostenidos por un conjunto de nueve instrumentistas bajo la dirección de Raúl Patiño que son, por energía y brillantez, el motor del espectáculo. Cumplen a buen nivel Alejandro Tous (Cliff), Amparo Saizar (Frau Schneider), Enrique R. Del Portal (Schultz) y Víctor Díaz-Janeiro (Ernst), con gran experiencia en zarzuela y musicales.
Si el ambiente del cabaret Kit Kat nos permite imaginar el descaro y desenfreno del Berlín de los años 30, las escenas que muestran el lado más violento y amenazador del ascenso del nazismo aparecen dibujadas con trazos demasiado gruesos, algunos prestados de la londinense produccion de Sam Mendes. Gana la música al drama, ganan las canciones y la magia del cabaret al espejo del horror nazi que atenaza a los protagonistas de un musical que emociona y hace reflexionar sobre los peligros de la intolerancia que, hoy como ayer, a todos nos acecha.
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