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Rock / Ian Hunter
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El ídolo de las carreteras secundarias

El histórico líder de Mott the Hoople entrega a sus 78 años un concierto extenso, carnal, vitalista y eufórico

Ian Hunter durante el concierto.
Ian Hunter durante el concierto.

Un respeto para nuestros mayores, sobre todo si son susceptibles de legítima veneración. Ian Hunter pudo engrosar en los setenta la aristocracia del rock, pero se quedó desde entonces, y ya para siempre, encallado en la clase trabajadora. Y los currantes tienen estas cosas que vimos la noche del jueves en el Teatro Lara: aparecen por las tablas saboreando unas gotas de licor (imaginamos) en un vaso de plástico, pero tardan apenas tres minutos en cambiarlo por una guitarra acústica negra y asumir también la dirección musical frente a los cinco aguerridos integrantes de una formación, The Rant Band, que opera con hechuras de refinada apisonadora.

Nadie atribuiría a Hunter los 78 años que le contemplan, ni por físico (con las arrugas justas, coquetas gafas negras y la melena aún rubieja y alborotada), ni por energía, ni mucho menos por actitud. La luminaria británica no solo conserva la capacidad de rugir (fue un espectáculo en The truth, the whole truth, nuthin' but the truth o Bastard), sino que encadena las canciones porque le sobran descansos, presentaciones y todo lo que no sea alborotar a la audiencia. Solo detiene fugazmente la actividad para descolgarse la guitarra y tomar posesión de su teclado Yamaha, con el que prende la llama de la flamígera Just another night. Han transcurrido 40 minutos y ya es imposible contener el diagnóstico: Ian no es un currito aplicado, sino un estajanovista prodigioso.

Nada de lo que sucede en el escenario, claro está, precisa de enseñanzas posteriores a 1980. De la misma forma que nadie en la platea ha acudido con hambre de innovaciones, sino al encuentro de las esencias. Y la noche acaba resultando no solo esencial, sino también emotiva, excitante, vigorizante, dignísima de atesorar en la memoria. Un derroche de generosidad que roza las dos horas: ya habrá mejor ocasión para dormir.

No es habitual ver a un septuagenario golpeándose la pechera con el puño derecho mientras se desgañita a cada verso. Tampoco abundan, entre jovencitos o veteranos, tipos que pisen el acelerador como en All the way from Memphis. Pero Hunter se las sabe todas. Es capaz de emocionar a dos velocidades y con la garganta agrietada en Fatally flawed, una joya que veneraríamos del puño y letra de Dylan si el Gran Maestro tuviera a bien abandonar su ya recurrente pasatiempo de las versiones. Y la herencia dylanita reaparecerá en la extraordinaria Fingers crossed, que da título al más reciente trabajo de nuestro protagonista. Porque... ¿hemos dicho ya que el admirable Ian Hunter Patterson es un enamorado de su trabajo?

La huella de Springsteen puede olfatearse en la rotundidad eufórica de Saint, con ese tecladito que podría ser prestado de Working on a highway. Y el reconocimiento a los ascendentes se materializa a la altura de Sweet Jane, clásico de Lou Reed a partir del cual ya casi nadie quiso hacer uso de su butaca. La anhelada joya de la corona, ese inmortal All the young dudes que su amigo Bowie le regaló en 1972, llegó como colofón en los bises. Hunter lideraba por entonces Mott the Hoople, una de esas bandas que pudo ser enorme y se quedó en amago, en gol fantasma. Con la perspectiva que dan esos 45 años transcurridos, importa bien poco. A Ian Hunter no le apuntaron los focos de los estadios, pero lleva muchas temporadas entre nuestros grandes ídolos de las carreteras secundarias.

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