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Barcelona, enorme sala de conciertos

Rosalía & Refree y Kiasmos despiden la última noche de las fiestas de la Mercè

El dúo de Reykjavik 'Kiasmos', en la Plaza de Àngels.
El dúo de Reykjavik 'Kiasmos', en la Plaza de Àngels.PACO PUENTES

Es como un festival, pero mejor. Es como una sala de conciertos, pero enorme. Las fiestas de la Mercè tienen para los ciudadanos ese encanto de sentir que Barcelona se convierte en un aparador musical que despliega su oferta en el entramado de callejuelas de la ciudad, un entramado que te permite mirarla de cerca mientras se deambula de un escenario a otro o incluso cuando, tomando el transporte público, se alcanza Nou Barris o la Ciudadela. Los más jóvenes tienen el bullicio de la playa del Bogatell o del Fórum, y los demás pueden perderse en esa trama de rincones que permite topar con la vida urbana mientras se cambia de escenario y de ambiente, pues nada tiene que ver el Raval con la plaza Joan Coromines, el Moll de la Fusta o la Catedral. Varias ciudades en una. Y en esa retícula de música, el domingo entregó el triunfo a Rosalía junto a Refree y, más tarde, a Kiasmos, que cerraron las actuaciones de artistas de Reikiavik, ciudad invitada de las fiestas.

Lo de Rosalía y Refree fue asombroso, pues con apenas guitarra y voz hicieron callar a la multitud que atestaba por completo la plaza de la Catedral en lo que ha supuesto el definitivo encumbramiento de la pareja. Flamenco heterodoxo, de ese que marca personalidad barcelonesa, para una voz nueva, joven, con brío y sentimiento y para una guitarra que no viene del flamenco y que por eso juega con la libertad de no tener catecismos. Impresionó asistir al silencio impuesto por la cruda queja de la música a una masa apretujada que callaba al sonar Catalina, plantando en la plaza un silencio sobrecogedor.

De igual manera, ya en plaza dels Àngels, la electrónica pulida de Kiasmos dio por fin a la multitud el ansiado bombo a negras que impulsa el ritmo bailable. Aquí, con unas líneas melódicas y motivos sonoros que dulcificaban el seco golpe del acento rítmico. Todo era un mar de cabezas y cuerpos tan apretujados que, al igual que en la Catedral, ni los lateros podían penetrar. Por unos minutos, su cantinela, repiqueteo de lluvia en tejado de uralita, se silenció.

La jornada había comenzado antes con otro encumbramiento, el de Bejo en el Raval, escenario que, situado cerca de la calle Santa Pau, brinda al público la cobertura vegetal del arbolado. Toda la chavalería fue allí para seguir las divertidas rimas del canario, aún más personales dada la pronunciación sonorizada y adherente de la ch, que junto a ese puente vacilón que traza con su deje entre Latinoamérica y las Canarias, le están aupando como nuevo talento de las rimas. El gentío obligó a cerrar uno de los sentidos del tráfico en la rambla, más babel que nunca. Tras Bejo llegó el rhythm and blues de la inglesa Ray BLK, con la chavalería ya en busca de otros escenarios y los turistas ganando peso en un concierto que fue de pop negro. Versión funky de Killing Me Softly donde se notó la presencia extranjera. Allí, un poco más tarde, la reivindicativa rapera Nadia Tehran, sueca de origen iraní, dedicó un tema a la policía cuestionando su presencia, sin saber que en estos días en Barcelona no todos los polis son iguales. Pero no era cuestión de explicarle las paradojas de la ciudad que bailaba a sus pies y, menos aún, que los malos vienen con Piolín.

Más tarde llegó el dancehall y Miss Red demostró que no solo se sacuden las nalgas en Jamaica bailando este estilo musical en expansión. Comenzó en chándal, pero al poco ya estaba en ceñidísimo pantalón corto para cantar y bailar este ritmo jamaicano, duro, ecos de dub y líneas melódicas interrumpidas por transiciones de ritmo, como se debe: con las piernas abiertas y bajando entre sacudidas de cadera el centro de gravedad del cuerpo. Entre la multitud, varios musulmanes del barrio cuyos ojos ni pestañeaban, no daban crédito. A su lado, un mocetón bramaba como la sirena de un mercante mientras tiernamente sujetaba a un bulldog francés de mirada asustada. Instantáneas de una fiesta que iniciaba la despedida. El año que viene la ciudad será de nuevo el escenario más grande, un festival en sí misma.

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