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Pop / The Drums
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melodramas para bailar

La banda de Jonny Pierce viste de teatralidad un repertorio en el que el dolor se transforma en efervescencia

Cómo no reconocerle. Jonny Pierce es la encarnación misma del melodrama, pero nadie dijo que sufrir no resultara compatible con escribir canciones contagiosas, retorcer la cintura, desmelenarse con esos movimientos suyos que nunca sabemos si considerar seductores o desgarbados. Desde la última vez que nos lo encontramos en la ciudad, en noviembre de 2014, ha tenido tiempo para quedarse sin marido y sin su hasta ahora inseparable Jacob Graham. Pero casi todo tiene remedio. Ese flamante Abysmal thoughts que presentaba anoche ante un Teatro Barceló entregado sonó tenebroso pero adictivo: de radiante belleza dolorida. Ya saben lo del arte como redención y revulsivo, y este chico rubísimo, altísimo y escuálido apura el axioma hasta las últimas consecuencias. Como Morrissey, pero si cabe con mayor manierismo.

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Tras la inaugural I'll fight for your life, Pierce pidió que le apagaran el foco central para sumergirse en el claroscuro (¿una metáfora?) y otorgar más protagonismo a sus guitarristas, dos excelentes muchachos lánguidos que recuerdan el aire ausente de las chicas en el vídeo aquel de Robert Palmer. Parece un jefe de filas algo zombi, que pregunta si estamos a martes o miércoles, pero el efecto de su repertorio es vigorizante. Como la festiva, masiva y consentida invasión de escenario durante Money, apología del gozo consentido.

Sigue habiendo mucho de The Smiths, claro, en esa manera de repetir las palabras como en una letanía (Best friend), en la habilidad para erigirle grandes himnos a la tristeza. Existe potencial en el repertorio de estreno, en especial con esa desgarradora (y animadísima) Blood under my belt, que Jonny remató con un garbeo entre el público. Pero a ello se le suma la solidez de otros tres discos anteriores salpicados de grandes temas. The Drums ya no necesitan guardarse para el final aquel primer gran éxito, Let's go surfing, para que prenda la llama. Los neoyorquinos pueden tirar de Book of revelation, Days, Book of stories o What you were, un primer bis que Jonny aprovechó para besar uno por uno a los ocupantes de la primera fila.

Otros momentos (Rich kids) traen a la memoria esos bajos metálicos de The Cure o la solvencia melódica del pop bisoño de los años cincuenta. Pero The Drums son un latido mucho más pasional que reflexivo y calculado. Y cuentan con el caudal enorme de ese rubiales que, mucho más allá de su teatralidad y misterio, es un vocalista de registro amplio y matices numerosísimos. Ayer confesó en mitad de concierto que había asomado por las tablas algo pesado y compungido, y que solo el fervor del público le había servido como activación. Cuesta algo creerlo. O, como mínimo, habremos de convenir en que el revulsivo fue recíproco.

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