El tapiz de la concordia
Alcalá localiza, tres décadas después, un repostero del siglo XVII que cambió la historia de la ciudad
La expulsión de los judíos en 1492 arrebató a Alcalá de Henares el esplendor de épocas pasadas. El cardenal Cisneros supo emplear el legado para evitar una mayor decadencia. Además de levantar la Universidad, el religioso fue el promotor de su profunda transformación urbana. Se derribaron manzanas para abrir plazas y se levantaron notables edificios. Sin embargo, y a pesar de que se había solicitado el título de ciudad, a mediados del siglo XVII Alcalá continuaba siendo una villa. Un trozo de tela iba a cambiar la historia.
Durante el corpus de 1667, aprovechando la gran concurrencia de público que asistía a la corrida de toros en la Plaza del Mercado (hoy Plaza de Cervantes), la Universidad decoró su balcón con un tapete de terciopelo azul con las armas de su fundador. Sobre él, una almohada en la que el rector apoyaba los brazos, lo que causó indignación entre quienes gobernaban la localidad. La plaza comenzaba a configurarse entonces como un creciente espacio de poder, como señala Consuelo Gómez, profesora de Historia del Arte en la UNED, en un artículo de 1992.
Tanto furor causó la acción que, el día siguiente al Corpus, el concejo local dio cuenta al Consejo Real de Castilla (equivalente al actual Consejo de Ministros) al entender que se había humillado a la villa. El Consejo abordó el tema y prohibió a ambas instituciones organizar festejos. Lo que a simple vista era una cuestión meramente trivial se convirtió en un pleito entre la Universidad y el Ayuntamiento que tardó 24 años en dirimirse.
Un privilegio real
Durante ese tiempo, las dos instituciones buscaron tretas para seguir festejando. En 1679, la Universidad consigue una ejecutoria para asistir a los festejos públicos con silla, almohada y paño, lo que supone un agravio para la villa, que pensó en llevar las celebraciones a otro lugar. En mayo de 1687 Alcalá se convierte en ciudad, lo que supone tener representación en las Cortes, hasta entonces ejercida por el arzobispo de Toledo.
La concordia definitiva se firma en 1691. La disputa llegó tan lejos que el propio monarca, Carlos II, optó por dar un privilegio a la ciudad para que pudiera colgar en su balcón un paño que igualara las fuerzas de la Universidad: un tapiz de seda granate con escudo de la ciudad. En el salón de plenos de Alcalá cuelga una réplica, pero la pista del original se perdió hace tres décadas. “Un día me dirigí a conserjería para decirles lo que buscaba. Un bedel lo encontró unas semanas después en un armario”, explica Vicente Pérez, técnico de Patrimonio en la localidad.
El delicado estado de conservación del repostero, de dos metros de alto, ha exigido su restauración. Desde hace unas semanas Lidia Santalices se afana por devolverle su aspecto original: “Está muy deteriorado. La deshidratación lo ha fragmentado y al moverlo está quebradizo, pero es muy recuperable”, admite la restauradora. “La tela tiene una importancia crucial porque concentra los valores fundamentales para conocer la historia de Alcalá. Es el paño más antiguo de la ciudad y, además, responde a un privilegio real, cosa muy excepcional”, confirma Pérez. El repostero no ha podido colgar del balcón consistorial en las fiestas patronales de agosto. Su vuelta a casa está prevista pronto: para septiembre.
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