Música mesiánica
La música le salvó la vida a James Rhodes, un pianista diferente que llega este jueves al Teatro Real para recordar la humanidad de este arte
La música es un arma de doble filo. Pascal Quignard recopila en uno de sus ensayos los testimonios de recluídos en campos de concentración nazi que cuentan cómo la música de compositores alemanes sonaba en algunos de los campos provocando una extraña sensación en los que de siempre habían asociado la música con una experiencia placentera. Pero ninguna culpa tiene la música del uso que de ella hagan los hombres. La mayoría de las veces es la música una escalera hacia la salvación o el desahogo, como en el caso del pianista que se subirá a las tablas del Teatro Real el próximo 27 de julio, James Rhodes.
Ya tuvimos la suerte de escucharlo en el pasado Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial, y sus conciertos nunca dejan indiferente a nadie. No es solo un concierto, es más bien una clase de música, de arte, de vida. En estos conciertos, en los momentos en los que Rhodes no se mimetiza con las teclas de su Steinwey de gran cola, habla directamente a un público al que puede que se le escape una lágrima. Rhodes no solo viene a hacer música, sino a hablar de música. Y de cómo esta le salvó su existencia tras años de autodestrucción tras una experiencia de abusos sexuales cuando era un niño.
En este recital el pianista no solo interpretará con talento la grandeza de Bach, Chopin y Busoni, sino que hablará con franqueza desgarradora de la música como herramienta universal de salvación tras una vida plagada de obstáculos como intentos de suicidio, problemas con las drogas, internamientos psiquiátricos y autolesiones. Todo lo plasmó en su libro ‘Instrumental’, una visión tan humana de la música y la relación con el ser humano que es imposible no pararse a pensar en la vida de cada uno.
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