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Crónica
Texto informativo con interpretación

El festival que sólo se parece a sí mismo

El Barcelona Beach Festival supera los 35.000 espectadores en la playa del Besós

Axwell e Ingrosso (de pie), durante su actuación en el Barcelona Beach Festival de la noche del sábado.
Axwell e Ingrosso (de pie), durante su actuación en el Barcelona Beach Festival de la noche del sábado. CARLES RIBAS

Probablemente es el festival que más se repite, aquel en el que las novedades aparecen con cuentagotas haciendo difícil distinguir una edición de otra, pero esta inmutabilidad es lo que, parece, adoran los asiduos a la cita anual con la playa y la electrónica de consumo (Electronic Dance Music). Es el Barcelona Beach Festival, que en su cuarta edición, todas con carteles similares, ha superado ampliamente los 35.000 espectadores en un año en la que la presencia extrajera ha comenzado a ser notable. De hecho, esta comunidad es la que puede hacer crecer más al festival, pues la parroquia nacional ya se dio por enterada a las primeras de cambio, no en vano es la única oferta que se les ofrece con un formato festival, hoy el modelo de moda, y con una producción de campanillas en cuanto a luz, sonido y fuegos de artificio. Y encima obliga a bailar en la playa, como si esto fuese Ibiza. El paraíso a tiro de metro. Y nadie exige etiqueta.

Y eso que para acceder al recinto los problemas crecen de año en año. Dada las características del festival, el público no llega escalonadamente, y las escasas bocas de acceso y el proceso de control y anillamiento –entrar a un festival es parecido a ser pato en Doñana--, provocan unas colas que este año llegaron a la hora, tiempo que el público aguantó estoicamente ante la cercana promesa del paraíso mientras daba cuenta de las bebidas acarreadas desde casa para tal fin. Dentro, la noticia estuvo en que, por vez primera en la historia reciente de los festivales, los hombres también tuvieron colas en sus lavabos, algo insólito que muchos solucionaron aliviándose en la playa pese a los ímprobos esfuerzos del personal de seguridad, convertido en educador al que sólo faltaba repartir pañales. La creciente presencia de banderas, --es curiosa esta necesidad de definirse patrióticamente incluso para bailar, ligar o derrumbarse antes de la fiesta como un irlandés ebriamente nacionalista ya a las 20.15 de la tarde--, es otra de las tendencias del Beach Festival. Aunque no todo es patriotismo: un joven llevaba una bandera norteamericana tamaño Trump, pero su acento andaluz le negaba vecindad en Houston.

Con el público feliz en su parque de atracciones, armado con unos cilindros luminosos con los que mostrar su paroxismo cuando los clímax sonoros estallaban en un mar de sonido, luces, llamaradas y fuegos artificiales, la noche estuvo marcada por Armind Van Buurem, un maestro en el juego del clímax y anticlímax que llegó a meter Castle On The Hill de Ed Sheeran en sus mixes mayormente autoreferenciales, y Axwell ^ Ingrosso, que cerraron su set con su celebérrimo Sun Is Shining después de mostrarse como unos animadores de tómbola dándole al micro para espolear la participación de la masa que se extendía ante sus ojos. A todo esto, el escenario mostraba el hundimiento por la popa de dos barcos de apariencia pirata, y en su convergencia se ubicaba la cabina del disc-jockey. Allí, Axwell e Ingrosso pincharon temas de su ex grupo, Swedish House Mafia, aventaron en sus mixes fragmentos de Whitney Houston y Guns N’Roses y se despidieron mostrando en las pantallas una bandera española del tamaño de la isla de Perejil. Más tarde, Martin Garrix ofrecería un set más rítmico antes de que la noche devorara la fiesta en esta Ibiza popular que es el Beach Festival, un festival que sólo se parece a sí mismo.

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