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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De segunda y regional

Lo peor, o lo mejor según se mire, es que es muy difícil empequeñecer al otro sin volverse cada día un poco más pequeño

Josep Piqué y Pasqual Maragall en el Parlament.
Josep Piqué y Pasqual Maragall en el Parlament.carles ribas

Recuerdo la escena porque tenía cierto aire teatral. Josep Piqué le pidió a Pasqual Maragall que retirase unas declaraciones. Maragall no sabía a qué se refería, lo cual, tampoco era tan infrecuente. ¿Qué había dicho? Que había una manera catalana de mirar el mundo. Maragall, lejos de retirarlas, repitió, con aquella mirada de quien se sabe ganador por KO y lo deja a los puntos: “Pues claro que hay una mirada catalana sobre el mundo, y quiero que conste en acta lo que digo”.

He pensado en ello a raíz de diversas noticias que han ido apareciendo durante las últimas semanas y que, de alguna manera, enlaza con mi artículo anterior “¿Para qué ha servido el proceso?”. De alguna manera, esa conversación está en la base de todo lo que estamos viviendo estos últimos años. Maragall gobernó una ciudad al límite del techo de cristal, un techo de cristal blindado que, clavado sobre Cataluña, su propuesta de estatuto no pudo romper.

Lo mejor para el statu quo era que los enanos no crecieran, que la mirada catalana no se dirigiese al techo, aunque fuese de cristal. Para ello nada mejor que la jibarización constante de la cultura, que quienes participasen de ella supiesen que era una cultura autonómica, que supiese que si quería ir a Fráncfort sin tutelas las pasaría canutas. Ese tipo de pensamiento que expresaba Josep Piqué está incrustado en la cotidianidad, lo han interiorizado quienes lo verbalizan y surge de manera habitual. El último episodio lo hemos vivido con las chanzas sobre la relación del consejero Puig y las sardanas que, añadidas a las que se hicieron sobre su pasado como bombero, crean lo que podríamos llamar clasismo cultural. Otra cosa es si Cultura se tiene que dirigir desde Cultura Popular. Lamentablemente, la discusión no ha sido esa.

Para muchos —para mí— la sardana es algo ajeno, pero no puedo obviar que las coblas han sido en muchas ocasiones lo único que ha dado cultura musical a mucha gente que hubiese carecido de ella. No puedo olvidar el hilo que va de las descripciones que hace Gaziel de las andanzas de Juli Garreta por París a esa joya que es Una màquina d’espavilar ocells de nit de Jordi Lara. Sé que sin Ventura, Morera o Garreta la cultura de este país sería más triste y más pequeña. Gaziel tiene también páginas memorables sobre Joan Maragall y la sardana.

La ridiculización es recurrente y así ha de ser para que el techo no se rompa. Mientras nuestros sabios locales se reían de Puig, el Tribunal Constitucional recortaba leyes de contenido lingüístico denunciadas por el Partido Popular y el Gobierno. La del audiovisual llevaba paralizada desde 2006. Más recurrencias: no hace tanto que el jurado del premio Crexells se lo pasaba la mar de bien caricaturizando la literatura que se escribe en catalán mientras dibujaban de manera involuntaria su propio retrato.

Es la historia de siempre. En algunos casos, como los anteriores, por convencimiento. En otros, por deseo de aceptación. Le pasó a Jaume Asens, que para justificar que el Ayuntamiento de Barcelona no entrase en la Asociación de Municipios por la Independencia mezcló a Verdaguer con una Cataluña mítica cuya oscuridad ya solo necesitan quienes no tienen nada que ofrecer. Recuerdo los sarcasmos en las redes sociales. Es el rito de paso, denigrar un poco la cultura propia para ser aceptado por los demás. Lo cierto es que Maragall dejó el listón alto, y quizás por eso lo quitaron de en medio. No solo tenía una mirada propia sino que la proyectó hacia arriba.

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En el artículo anterior recordaba como muchos articulistas y escritores se reían del prusés, cuando a ninguno de ellos le pasaría por la cabeza ridiculizar de manera sistemática el deje andaluz. Se ve que ya están más calmados y no lo dicen tanto. Mejor, no hay nada que produzca más pena que esa mirada estrábica sobre uno mismo y sobre el mundo que lo rodea, esa mirada de la que tanto se reía Maragall. Lo peor, o lo mejor según se mire, es que es muy difícil empequeñecer al otro sin volverse cada día un poco más pequeño.

Aún así, volverá a pasar. Será con otro baile, otra muestra de cultura popular, otro premio, otra feria, algún congreso o exposición, cualquier obra o acontecimiento que dé pie a la ridiculización. Se ríen hasta cuando leen que la inversión cultural del Estado es el doble en Madrid que en Cataluña. Eso sí, cada vez son menos y su risa cada vez tiene un eco más corto.

Francesc Serés es escritor.

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