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Crónica
Texto informativo con interpretación

El engorro de dar cuentas

Para el Ejecutivo sigue siendo una gaita tener que aguantar los reproches de la oposición. Los gobiernos no aman a los parlamentos.

Manel Lucas Giralt
Puigdemont, durante una sesión de control parlamentario.
Puigdemont, durante una sesión de control parlamentario. Andreu Dalmau (EFE)

Este miércoles me he acordado de Alejo Vidal-Quadras. Les juro que ha sido sin querer, algo que he oído en el Parlament me lo ha traído de improviso a la mente. La primera intervención parlamentaria de Vidal Quadras, 1988, empezó con una cita de Casablanca -los veteranos recordaran su tono efectista y forzadamente irónico-, sobre el desprecio que Rick (Humphrey Bogart) siente por otro personaje (Peter Lorre); un desprecio que, según el dirigente conservador, era idéntico al que Jordi Pujol sentía por el Parlament. Sin tanta prosopopeya, el resto de la oposición de entonces, socialistas e Iniciativa per Catalunya, también acusaba al Govern de Convergència de menosprecio por la dinámica parlamentaria, de tratar de tirar por el camino de en medio evitando el engorro de oír las quejas de los otros partidos. De aquello han pasado casi 30 años, y poco nos hemos movido. El mecanismo de control del Govern ha mejorado, existen unos protocolos, pero para el Ejecutivo sigue siendo una gaita tener que aguantar los reproches de la oposición. Los gobiernos no aman a los parlamentos.

Ahora mismo, la oposición se sube por las paredes porque Puigdemont y Junqueras escamotean al Parlament cualquier anuncio procesista, sea mayor o menor, sean las leyes de desconexión o sean los detalles de lo que sea que vaya a ocurrir el 1 de octubre. Entre lo que se oculta por miedo a la inhabilitación, y lo que se reserva para la enésima jornada histórica (a veces, el procés parece una sucesión de diades castelleres, en las que cada acontecimiento tiene que superar por fuerza al anterior). Lo siguiente en anunciarse, también fuera del hemiciclo, será el martes 4, para que cualquier medio predispuesto titule “Nacido el 4 de julio”.

Aunque lo que movía a todos este miércoles era, sobre todo, el anuncio de que no hay, de momento, empresas a las que la Generalitat pueda encargar la fabricación de las urnas; regocijo de unionistas, mientras el Govern, picado en su orgullo, afirma que las urnas estarán sí o sí (para que algo sea “sí o no” en todo este asunto, habrá que esperar al mismo día del referéndum). No sé cómo las conseguirán. Yo, por mi parte, he mirado cómo estaba el asunto en Amazon: fatal, a 17 euros, y sólo se pueden encargar en lotes de máximo 18 unidades. Demasiado lento el trámite, y demasiado caro, casi 140.000 euros las 8.000 urnas que hacen falta, más gastos de envío. Claro que también se puede optar por encargarlas a través de Alibaba, el Amazon de la China: ahí se pueden conseguir en un solo lote, y prácticamente a un dólar; desconozco si son tan baratas por la calidad o porque, como se sabe, la urna no es un producto de mucha demanda en la República Popular China.

Como digo, este detalle de la fabricación de las urnas era el temazo que hoy casi monopolizaba los comentarios en el Parlament, de manera que la sala de prensa del hemiciclo se ha vaciado en cuanto los diputados han empezado a debatir sobre la situación de la sanidad, de la educación o de las infraestructuras. Paradojas de una coyuntura que, cuando nos la podamos mirar con la suficiente perspectiva, termine como haya terminado, puede que nos deje a todos un poco alucinados.

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