Theresa May como Artur Mas
May no era partidaria del Brexit, como Mas no lo era de la independencia. Ambos son líderes de oportunidad, que deciden, encuestas en mano, surfear sobre la ola
El procesismo catalán creyó encontrar su mejor espejo en Escocia, pero esa historia tan invocada le ha hecho la jugarreta de colocarle enfrente un espejo menos agradable, como es el del Brexit. Al final ha resultado que el independentismo británico respecto a la Unión Europea tiene más puntos en común con el independentismo catalán respecto a España de lo que este último quiere reconocer.
Las afinidades no se limitan a un solo plano y no pueden reducirse a la mera coincidencia semántica entre los independentismos que a ambos motiva y ocupa, uno respecto a Europa y otro respecto a España, o entre los pruritos conceptuales soberanistas más de fondo, sobre el control completo sobre los propios recursos y territorios.
Existen y son intensas, difíciles de ocultar incluso, las diferencias entre un independentismo imperial y con Estado propio y otro sin Estado y que se finge colonizado; entre una ideología nostálgica y con tropismos populistas conservadores, y otra utópica y con deslizamientos cada vez más hacia el populismo de izquierdas.
Ambos demonizan a su adversario: burocrático, devorador, aniquilador de la identidad propia. Uno en Bruselas, otro en Madrid; nuevo imperio del maldito federalismo europeo y viejo imperio bajo los disfraces del centralismo de raíz castellana. Ambos dibujan una independencia perfecta e impecable, sin costes ni sacrificios, y hecha toda ella de bien, belleza, bondad… y gratuidad. Ambos trazan un camino indefectible, obligado y directo, en el que todos los pérfidos obstáculos que pueda levantar un adversario inepto y obstinado serán salvados limpiamente, con el mero impulso del deseo democrático y de la voluntad del pueblo.
No es extraño porque ambos beben, aunque lo nieguen, de fuentes profundas similares. Nada se entiende del Brexit sin los tabloides británicos. Nada se entiende del procesismo sin el conglomerado público-privado de medios y productoras audiovisuales, debidamente impulsado y subvencionado, que ha animado la ‘transición nacional’ de Artur Mas. En uno y en otro caso hay realidades indiscutibles sobre las que se construye el contencioso, abiertamente antieuropeo uno y disimuladamente antiespañol el otro. Pero también cuenta la construcción de unos relatos, trufados de verdades fabricadas por el discurso, sobre los que se asienta la necesidad perentoria de un momento definitivo, una ruptura histórica, aunque en un caso sea plenamente legal y en otra no. Y cuenta el determinismo de los plazos perentorios y radicales, pensados para convencer a los propios y vencer a los extraños, que se volverán en su contra cuando se incumplan bajo las acusaciones de procrastinación y engaño.
Los avatares electorales han acercado ahora las dos realidades en el plano incluso de líderes y peripecias. La comparación entre Theresa May y Artur Mas es tan inevitable como, al parecer, ofensiva, especialmente si se usa, como ha hecho el ex canciller George Osborne, ahora periodista, la idea del zombie o muerto viviente aplicado a la política. El ex jefe de prensa del presidente catalán, Joan María Piqué, lo considera, una falta de respeto y una muestra de mala educación y de mal gusto y así ha querido expresarlo públicamente en su cuenta de twitter.
Lamentablemente para Piqué, las similitudes personales son extraordinarias y paralelas a las analogías que se puede hacer entre Brexit y procesismo. Theresa May no era partidaria del Brexit, como Artur Mas no lo era de la independencia de Cataluña. Ambos son líderes de oportunidad, que deciden, encuestas en mano, surfear sobre la ola. Ambos se convierten en los más radicales de su bando después de haber sido los más componedores y ambos deciden erróneamente disolver de forma anticipada unos parlamentos en los que contaban con mayoría suficiente con la ambición de alcanzar una mayoría ‘indestructible’ que les proporcione la estabilidad y la fuerza que no tienen. Ambos son desafortunados e infelices, perdedores, lo peor que se puede ser en la época del trumpismo, medidor de la calidad de la gente en función de su capacidad para el éxito.
El error de May y de Mas es el mismo: a partir de un cálculo erróneo de la correlación de fuerzas atisban la oportunidad maquiavélica. Han leído y creído entender al florentino pero no han sabido aplicarlo a la realidad. No han sido virtuosos, en el sentido que le da Maquiavelo, derivado de virtú, la capacidad del Príncipe para asir la oportunidad en el momento exacto de su madurez y sacar provecho de ella.
Artur Mas es políticamente un muerto viviente que anda como un zombie desde las elecciones de 2012. Theresa May lo es desde el 8 de junio, cuando pretendiendo obtener fortaleza y estabilidad para negociar el Brexit en Bruselas se ha encontrado con una mayoría débil, un gobierno inestable y ningún mandato claro. El Brexit, como el Procés, tienen cuerda para rato: si no tienen la razón, tienen muchas razones; sus bases electorales son amplias, aunque insuficientes; y lo que hay enfrente como respuesta no basta por el momento para acallarles. Vivirán sus respectivas causas todavía, malvivirán incluso, pero deberán buscar líderes nuevos, porque esos dos líderes de vocación carismática son cadáveres políticos andantes y sin más futuro que la memoria nostálgica de sus planes desbaratados, sus promesas incumplidas y su destino frustrado.
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