La tormenta soviética de ‘El meteorólogo’
El escritor Olivier Rolin rescata la historia de Aleksei Vangenheim, que obtuvo la orden de Lenin y fue deportado a un Gulag
No perdió la fe en el “paraíso terrenal” del socialismo ni bajo el yugo acusador del camarada Stalin. Aleksei Feodósievich Vangenheim, el primer director del Servicio Meteorológico de la URSS, creía que la fuerza del proletariado “podía dominar las fuerzas de la naturaleza”. Aspiraba a convertir los desiertos en oasis, hacer un catastro del agua, del viento y el Sol. Contribuir a la conquista soviética del cielo, embriagado por el poder “del pueblo”. Pero en 1934 fue acusado de sabotaje y “contrarevolucionario”, el chivo expiatorio perfecto del régimen para justificar las desastrosas cosechas que empujaron al canibalismo a la región de Dnepropetrovsk (Ucrania). El escritor Olivier Rolin (Francia, 1947) quien militó en una organización maoísta francesa en los setenta, rescata la historia de este “antihéroe” en El meteórologo (Libros del Asteroide, 2014).
Rolin conoció la vida de Vangenheim durante su segundo viaje en 2012 a las Islas Solvocki, en el golfo de Onega del Mar Blanc, donde el meteorólogo fue enviado en 1934 a un Gulag y que en 1923 se había constituido como la primera Dirección Central de los Campos de Concentración. Durante esa visita, dio con una anciana que le mostró las cartas y los dibujos que el científico había enviado a su esposa e hija Eleonora (el mismo nombre que la hija de Karl Marx) durante su cautiverio. En las misivas, Vangengheim le transmitía a su esposa su devoción por el socialismo y la esperanza de que fuera declarado inocente.
“Tardé alrededor de un año en recopilar toda la información”, explica el escritor francés, ganador del Premio du Style con este libro. “La historia de Vangengheim es la de un antihéroe. Durante su estancia en el gulag casi no cuestionó al estalinismo. No era una persona intelectual, sino un hombre conformista que creía en la autoridad”, dice.
Pocos meses después de su detención, se dio cuenta de que su nombre ya no aparecía en los libros. El régimen había engrasado su maquinaria propagandística para borrarlo de la historia. Pero la fe en poder seguir contribuyendo a la causa socialista le cegó. “Yo sé, por experiencia propia, que hay creencias que resisten a las evidencias”, dice Rolin en referencia a la fidelidad incansable en la causa socialista del científico, quien llegó a enviar durante su cautiverio ocho cartas a Stalin y altos mandatarios pidiendo clemencia y transmitiendo su amor por el sistema.
Desterrado en unas islas que en invierno quedaban aisladas por la congelación del mar, tardó 11 meses en empezar a cuestionar el régimen, aunque solo fuera de manera insignificante: “Mi cerebro se niega a comprenderlo, todo esto corresponde tan poco a mis ideas sobre el bolchevismo…pero no he perdido la fe en el Partido”, le escribió a su mujer en noviembre de 1934. A su hija le enviaba misivas con dibujos de nubes, plantas y pequeños cuentos en los que le explicaba los principios de la aritmética y la geometría.
“Ahora hablamos de transición energética. De la importancia de la energía solar. Él, en 1930, ya lo anticipó. Su creencia de que el futuro sería luminoso era muy cuerda. Su idea del sistema soviético, sin embargo, era ciega”, explica Rolin. Con esa idea, Vangenheim había representado a la URSS en la Comisión Internacional para el estudio de las nubes y en 1930 creó la Oficina del Tiempo. Incluso llegó a recibir la Orden de Lenin.
El escritor desconoce si, al final de su cautiverio, el meteorólogo acabó definitivamente perdiendo la fe en el sistema soviético. “Es difícil saber si dejó de creer en él. Toda su familia falleció, la información que dispongo me la dieron dos historiadores, una asociación de la memoria histórica y un amigo de su hija que me proporcionó todos los documentos del interrogatorio al que la policía le sometió en 1934”, relata.
Rolin, viajero incansable, afirma que en la nueva Rusia todavía quedan restos del homo sovietucus: “La URSS marcó la mentalidad de toda una generación. Por ejemplo, a diferencia de lo que ocurre en otros países, he conocido a muchos rusos que creen absolutamente todo lo que sale por la televisión. Como si fuera la verdad absoluta, sin cuestionarla. Es un síntoma de la obediencia a la autoridad que interiorizaron durante tanto tiempo”.
Como exmilitante de un grupo maoísta, el escritor vivió de cerca el dogmatismo y la personalización del socialismo hacia sus líderes. “Era maoísta, y por ende, revisionista. Aunque yo jamás personalicé la revolución. Nunca me puse una chapa de Mao en la cazadora como hacían mis compañeros”, subraya.
En su libro, Rolin explica cómo el antiguo edifico de la Lubianka (Moscú), sede de la policía política de la URSS y sala de torturas, en la actualidad está rodeado por grandes almacenes, perfumerías y tiendas de Guzzi y Ferrari, probablemente el ecosistema de la nueva Rusia capitalista. “Puedo llegar a entender que todavía exista mucha gente nostálgica del estalinismo. Fue un sistema que funcionó mal, pero en el que por lo menos había trabajo, fábricas en funcionamiento y derechos sociales que ahora ya no existen. Aunque ni mucho menos lo idealizo. Ya hace muchos años que me ‘desintoxiqué'”.
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