Miguel Ángel Bastenier, el rápido
Ex colegas y amigos del fallecido periodista y maestro se reúnen en Barcelona para recordar su trayectoria
“Los periodistas se dividen en dos categorías: los que son rápidos y los que no son periodistas”. Antes de que esta frase se hiciera viral en Twitter, era una de las sentencias —sentencia en todas las acepciones posibles— con las que el recientemente fallecido Miguel Ángel Bastenier intentaba forjar el espíritu indómito de aprendices de periodismo. El recuerdo de uno de los decanos de las secciones modernas de Internacional en los diarios catalanes; agudo analista; memoria infinita de la redacción de los seis diarios por donde pasó —incluido EL PAÍS— y maestro de periodistas convocó ayer a casi medio centenar de ex colegas y amigos en la sede del Colegio de Periodistas de Cataluña, donde se le rindió un sentido homenaje. Bastenier falleció en Madrid el 28 de abril, a los 76 años, por un cáncer de riñón.
La frase/sentencia la trajo a colación Carlos Pérez de Rozas, periodista y amigo del homenajeado. En el principal de Rambla de Cataluña, donde tiene su sede el Colegio, había muchos periodistas de los que escriben rápido. Rapidísimo. Eso sí, pocos habilidosos en Twitter como lo fue Bastenier, que supo dar el paso de sus clases analógicas a lo digital, un exitoso trance —tiene más de 171.000 seguidores— que ayer alabaron sus cercanos. Su carrera se centró en EL PAÍS, pero antes de eso marcó profundamente la historia de los medios catalanes como uno de los precursores del periodismo internacional moderno, recordó el también periodista y amigo personal Xavier Vidal-Folch. Dominaba el inglés, algo excepcional en las redacciones de su primera época. Planteaba ideas peligrosas, como ir más allá de los papeles que traían los teletiperos y agregar cosas que oía en la radio británica. Trabajó en Diario Femenino, El Correo Catalán, Diario de Barcelona, El Periódico de Catalunya y dirigió el Tele/eXprés. “Una mezcla de alma mediterránea con un periodista anglosajón”, sintetizó Vidal.
“Era uno de esos personajes que uno creía que existía en las redacciones clásicas de los periódicos. Un tipo que lo sabía todo, que lo ha hecho todo y, además, siempre bien”, recordó el director fundador de El Periódico, Antonio Franco. Pero fue más allá, como recordó Vidal-Folch: “lo regaló” a quien quisiera. Escribió dos manuales de periodismo y dio clases no solo en la universidad sino también en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). No hay ninguna gran cabecera latinoamericana en la que no haya un exalumno de uno de sus cursos. Él y su visión del periodismo ya son infinitos.
“¿Tiene el periodismo una única finalidad?”, le preguntó una periodista del diario colombiano El Espectador hace un año. La respuesta, que recordó ayer Pérez de Rozas, es una clase de periodismo en sí misma: “Una básica, pero de extensión interminable: contar al ciudadano cómo cree que son las cosas. El periodista no tiene que dar de beber al sediento, ni de comer al hambriento, ni enseñar al que no sabe, ni derramar bienaventuranzas sobre la humanidad. Todo eso puede, más o menos, ocurrir, pero como subproducto de su trabajo, no como intención directa, que es la de servir al lector dándole la mejor representación de que el periódico sea capaz de cómo son las cosas”.
José A. Sorolla, uno de sus amigos íntimos, le acompañó casi hasta el final. Y ayer explico, qué duda cabe —una de las muletillas favoritas de Bastenier—, que fue periodista hasta el final. Cataluña fue una de sus preocupaciones en la última etapa. “Decía que la culpa era de la incapacidad de Castilla de crear una España diferente. Hasta se convirtió en federalista”, contó. No la mencionó ayer, pero Sorolla es el autor de las frases que mejor describe a Bastenier: “Detrás de una máscara que a veces manifestaba un punto de desprecio hacia los demás se escondía su necesidad de ser querido”.
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