Se fue Miguel Ángel Bastenier
Era un lector incansable, un analista riguroso, un escritor cuya pluma afilada podía bien alabar, siempre de modo medido, o bien dañar, sin jamás herir a la dignidad de sus adversarios
Se fue Miguel Ángel, el gran periodista, que encarnaba una categoría particular y preciosa de intelectual, la del periodista realmente culto, auténticamente profesional, éticamente responsable de sus palabras, de sus análisis, de sus tomas de posiciones. Aunque nunca usé el pronombre personal -el yo- escribiendo artículos en este periódico, me permito aquí reivindicar la emoción, la expresión del dolor que me causa esta desaparición, que me agrede como una catástrofe, un fracaso de la vida frente a la crueldad de la naturaleza. Todos, un día u otro, tenemos que pasar por esta puerta de la muerte que se abre solo una vez y se cierra para la eternidad, pero el vacío que deja en el entorno humano es siempre imposible de medir.
Sus amigos, personales y profesionales, sus alumnos de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS, todos y todas los y las que cruzaron la vida de Miguel Ángel, tanto en España como en Europa, en especial en Francia, donde contaba muchos hermanos del alma y admiradores, y también en América Latina, donde oficiaba una versión de periodismo valiente y siempre comprometido con los valores de la democracia, todos hablarán de él y destacarán, cada uno a su modo, las cualidades y características del personaje. Solo quiero aquí, mas allá del dolor, recordar aquel remoto día de 1986, cuando lo conocí en un coloquio organizado por la radio pública France Culture sobre La justicia en las relaciones internacionales: la situación en el Mediterráneo , escuchando todavía ahora su voz fuerte, metálica, precisa, dejar claro algunas verdades que las opiniones temerosas de muchos no solían asumir tan francamente y con tanta dedicación a la verdad y a la condición de los vencidos por la injusticia. Este día nos hicimos amigos para siempre. Y me acuerdo muy bien de lo que me dijo el director de esta gran cadena de radio, Jean Marie Borzeix: “El PAíS es un enorme periódico y éste, es uno de los mejores ejemplos de sus periodistas”.
Miguel Ángel era un lector incansable, un analista riguroso, un escritor cuya pluma afilada podía bien alabar, siempre de modo medido, o bien dañar, sin jamás herir a la dignidad de sus adversarios. Detrás de su rudeza espontánea se escondía una personalidad afectuosa, sensible y, más que todo, generosa. Su obra denota un pensador original, muy atento a la evolución de la situación internacional, siempre con la consciencia de lo que mueve a los pueblos y Estados en el mundo: el arraigo dentro de la nación, los intereses estratégicos, la dialéctica de las alianzas, la dinámica positiva o desastrosa de las decisiones tomadas.
Era un europeísta convencido, y me acuerdo de charlas homéricas que tuvimos con Regis Debray o el historiador y novelista, exministro de François Mitterrand, Max Galo, sobre el porvenir de la construcción europea cuando se adoptó el Tratado de Maastricht a principios de los noventa. Podría evocar aquí mil anécdotas, tantos momentos de risas y de gritos, de enfrentamientos siempre francos, con esta voz indomable y educada. Sin insistir sobre su lucha contra la enfermedad, una de las peores y más dolorosas, Miguel Ángel, el hombre público, se despidió discretamente, a su modo, como gran caballero, un monsieur de verdad, con tacto y humildad. Somos muchos los que, aprendiendo la noticia, tuvimos un día de pesadilla y una noche amarga.
Y muchos somos los que cerramos filas, ahora, en torno de su mujer, Pepa Roma, que lo acompaño con dignidad en su último combate.
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