Vega saca brillo a los clásicos italianos
La cantante repasa la mejor música transalpina en Los Matinales de EL PAÍS
Mercedes Mígel Carpio cree firmemente en los placeres culpables. Y, por consiguiente, en la abolición de los complejos. Por eso un buen día organizó una fiesta para ver Eurovisión en casa, aun a sabiendas de que en la televisiva cita de cada mes de mayo suele abundar la farfolla y escasea la sustancia. Como aperitivo, los festivaleros amigos pincharon exitazos eurovisivos de todos los tiempos. Y en una de esas, cuando empezó a sonar Non ho l’etá, a Mercedes se le encendió la lucecita. O casi, más bien, un faro.
En realidad a Mercedes nadie la llama así, puesto que en cuanto pisa los escenarios responde al nombre de Vega. Y en puridad el cándido clasicazo solo se convirtió en carne de eurofan después de triunfar en San Remo, el festival que catapultó a esa adolescente anhelante de unos brazos maduros. Pero aquel éxito de 1964 da título en 2017 al glorioso tributo de Vega a la música melódica italiana, con el que la cordobesa regresa al disparadero después de tres años de paréntesis. Y sirvió de hilo conductor ayer para una nueva entrega de Los Matinales de EL PAÍS, esta vez en la sala Galileo Galilei.
Casi tan celebrados como los clásicos transalpinos son los míticos panchitos de la Galileo, que también saben sustanciosos a la hora del vermú. “Será un concierto amable, para disfrutar y pasarlo bien”, advirtió la protagonista, a la voz y la simpatía (la afortunada definición es suya) durante 90 minutos idóneos para un público de toda clase y condición. Allí se congregaron tanto grandes como chicos, anónimos entusiastas e ilustres como Marilia (Ella Baila Sola), almas solitarias y parejas mixtas o unidireccionales. Y hasta asomó la zangolotina María, sobrina de la cantante, que con menos de dos años disfrutaba de su primer concierto. Para ella sonó una radiante y esplendorosa Azzurro. A ver quién puede empezar con mejor pie en el terreno de las dedicatorias.
En realidad no solo pudo escucharse el álbum al completo, sino otras tres piezas celebérrimas que a última hora no pasaron el corte: Come prima (¿Os acordáis del anuncio del kétchup?”, se tronchaba Vega), Ciao ciao bambina y una rutilante lectura de La bambola, de Patty Bravo, que a todas luces merecería la posteridad fonográfica. Y la artista de Córdoba, que ejerce de medio coruñesa y dedicó Città vuota a ese confín gallego, no escatimó en sonrisas, amenidad, esplendor vocal ni espíritu positivo. Sobre todo cuando recordó el momento en que Elvis Costello aceptó cantar junto a ella Dio come ti amo. “El no ya lo tenemos, pero hay que seguir soñando. Porque a veces pasa el tren y puedes cogerlo”, resumió.
Escoltada por cinco grandes músicos, con la guitarra casi fronteriza de Quique Fuentes en primer plano, Vega confesó que su primera canción en italiano fue Centro di gravità permanente, de Battiato. “Ya la quise grabar en mi disco Circular, pero no me dejaron. Y basta con que me prohíban algo para que no se me pasen las ganas”. La matiné acabó con un eufórico Tu vuò fà l’americano y la ironía de la cantante al admirar la “gran atención” que las televisiones prestan a la música. “No todo en esta vida es concursar. Y lo digo yo…”, proclamó entre risas y aplausos esta ex triunfita que ya atesora en la recámara un nuevo álbum, La reina pez, esta vez con canciones propias.
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