Los vigilantes de las buenas formas
73 agentes cívicos hacen cumplir las ordenanzas municipales de Barcelona pese a no tener la autoridad de los policías
“Buenos días, circule por el carril bici, por favor”. Vanesa Morales alerta a un grupo de turistas enfrascados en una improvisada carrera de patinetes eléctricos en pleno paseo Marítimo de la Barceloneta. Morales, de 34 años, es una de los 73 agentes cívicos que trabajan en Barcelona. Un cuerpo municipal que gestó el exalcalde Xavier Trías (PDeCAT) en la precampaña de las municipales que perdió frente a Ada Colau en 2015. Entonces eran solo 25 y su cometido, básicamente, sigue siendo el mismo: luchar frente a cualquier impulso incívico que amenace la ciudad. Todo ello con el agravante de que ninguno de los miembros de este cuerpo uniformados de color naranja ha sido ungido con la autoridad que ostentan los agentes policiales. Pese a la ausencia de autoridad, “sobre todo los turistas”, cumplen las órdenes básicas de los hombres y mujeres de naranja.
Toni López es uno de los cuatro agentes con rango. Es encargado de zona. Lleva pocos meses al mando de los agentes cívicos pero muchos años trabajando para Barcelona de Servicios Municipales (B:SM), la empresa pública de la que depende el cuerpo. Pese a la poca experiencia, tiene la lección aprendida: “Trabajamos en diferentes zonas como son los alrededores de la Sagrada Familia, la Barceloneta, la calle Olot en la entrada del Park Güell, la zona de la Trinitat, las Oficinas de Atención al Ciudadano (OAC) y la última novedad es la Boquería”.
Cada lugar tiene sus peculiaridades. En la Sagrada Familia, la función es poner orden al caos de turistas que se aglutinan en los accesos al templo a medio construir entorpeciendo la vida de los vecinos. En la Barceloneta, la obsesión de los agentes cívicos es que ciclistas y, sobre todo, turistas en patinetes eléctricos, circulen por el carril bici y no arrollen a peatones despistados. “También alertamos a la Guardia Urbana sobre la presencia de vendedores ambulantes”, destaca López.
Otra de sus tareas es obligar a a los turistas que pasean descamisados por el paseo Joan de Borbó a tapar su cuerpo. “Hay veces que es complicado, los hombres dicen que a las mujeres que van en bañador no les decimos nada. Al final tienes que aplicar el sentido común y saber diferenciar entre lo que es un top o un bañador”, ironiza López.
En el parque de la Trinitat controlan que se usen correctamente las instalacióones. “Velamos para que ningún colectivo se apropie del recinto y, como también hacemos en la Barceloneta, supervisamos y activamos los protocolos cuando vemos jeringuillas”. En la calle Olot, justo en la entrada del Park Güell, la función de los agentes cívicos es regular el “encoche y desencoche de la parada de taxis donde siempre había problemas”. Y en las OAC gestionan colas y median en conflictos.
Llevan pocas semanas en la Boquería, “en el mercado solo trabajamos los sábados y los domingos, pero el cometido es amplio”. Allí, evitan que los grupos de visitantes se adueñen del mercado, que corran, griten, causen aglomeraciones... En definitiva, que impidan a los clientes comprar.
Junto a Vanesa, hoy patrulla Miriam González, de 37 años. Ambas sonríen mientras dan órdenes a ciclistas insumisos del carril bici y ayudan a una pareja de turistas a comprender que irán más rápido a la plaza España (desde la Barceloneta) subiendo al autobús D20 en vez de optar por el Metro, que les obliga a realizar el interminable transbordo del paseo de Gràcia.
“Hay miles de anécdotas. Hace poco en la entrada del Park Güell vimos a un niño de 14 años, filipino, sentado en un banco. Todo parecía normal hasta que comprobamos que las horas pasaban y el menor seguía allí en el banco. Llamamos a los Mossos y encontraron a su familia”, recuerda. Hay otras más divertidas: “Un día apareció un pavo en el parque de la Sagrada Familia, todavía no sabemos cómo”, recuerda Vanesa.
Para ser agente cívico se necesita tener el título de bachillerato y conocimiento de idiomas. Se enfrentan a diversos procesos de selección y a una semana de formación donde, entre otras materias, se empapan de la ordenanza de civismo de la ciudad. La recompensa son 40 horas de trabajo a la semana y un salario que ronda los 1.200 euros.
El segundo teniente de alcalde y presidente de B:SM, Jaume Collboni, asegura que dos años después de la creación de los agentes cívicos, ya se ha superado la concepción original de la figura. “Originariamente eran personal de apoyo a la movilidad y ahora están preparados en diferentes labores relacionadas con el civismo, preservar la convivencia en el espacio público, dar apoyo a la Guardia Urbana, regular flujos turísticos…”. Collboni afirma que este año, además, se ha pagado buena parte de sus sueldos “gracias a la tasa turística, lo que supone una forma efectiva de garantizar un retorno a los ciudadanos”.
Sin bermudas
La pareja de agentes que patrulla por el paseo marítimo también ven inconvenientes a su trabajo: “El uniforme no tiene pantalón corto”, sonríe una de las trabajadoras mientras contempla a algunos agentes de la Guardia Urbana de playas que ya lucen bermudas. Cada vez que realizan alguna actuación, la anotan en una aplicación del móvil. Llevan también un walkie talkie: “La emisora sólo sirve como autoprotección por si nos pasa algo. Es muy excepcional”, destaca López.
Vanesa vuelve a mostrar la mejor de sus sonrisas para ordenar a un ciclista que vaya por el carril bici. “Los turistas siempre hacen caso, los de aquí no siempre”, destaca. La ronda continúa a lo largo del paseo marítimo. Las dos mujeres de naranja velarán para que el civismo se adueñe del frente marítimo, de la zona de playas.
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