Excelencia desde la humildad
El colegio Joaquim Ruyra gana el premio de la Fundación Círculo de Economía por un proyecto que logra resultados académicos brillantes en un entorno socioeconómico complejo
En pleno centro del humilde barrio de La Florida, en L’Hospitalet, donde las familias apuran para llegar a fin de mes y el trasiego migratorio de decenas de nacionalidades es constante, el colegio Joaquim Ruyra desafía todos los dogmas del determinismo social. Con un proyecto educativo adaptado a la realidad de los alumnos y la implicación absoluta de docentes y familias, los niños de esta escuela de barrio han logrado resultados académicos similares, o superiores, a los de cualquier colegio de élite de Barcelona. Su modo de hacer les ha hecho ganar esta semana el Premio Enseñanza de la Fundación Cercle d’Economía, dotado con 15.000 euros.
La lluvia empieza a arreciar con fuerza y los niños entran aprisa al edificio. Escoltado por desordenados bloques de viviendas, la mole del Joaquim Ruyra hace de patio de luces de medio barrio. En un vestíbulo de paredes desgastadas, un par de profesores saludan afectuosamente a los chavales, uno a uno. “Sueños conseguidos”, reza un pequeño mural. Una pizarra digital en cada aula, un esqueleto para aprender los huesos, actividades extraescolares y el tablón de anuncios. Mucho para un colegio donde, si no es por el encaje de bolillos de docentes y familias, escasas posibilidades tendrían la mayoría de los alumnos de ir de excursión al zoo. Con el dinero del premio comprarán una mesa redonda para la radio escolar y un armario para guardar la mesa de mezclas.
“El proyecto de la escuela pretende el éxito educativo y académico y el éxito social”, explica la directora, Raquel Garcia. “Somos un barrio pobre, con familias con muchas necesidades y lo que pretendemos es que puedan llegar a todo aquello que, en otros contextos, no podrían”, añade el jefe de estudios, Miquel Charneco. El 92% de su población es inmigrante y la movilidad del alumnado es tal que nunca saben exactamente cuántos niños tienen. “Estamos entre 400 y 415 alumnos, depende el día. Ahora tenemos 28 nacionalidades”, remarca Charneco.
El papel clave de las familias
La implicación de las familias es crucial para el éxito del proyecto educativo. "Sentimos la educación como una responsabilidad compartida entre la escuela y la familia. Salimos mucho a la calle y hacemos que las familias vengan al cole", explica García. El colegio funciona con una red de voluntarios que acompaña a los docentes. "Así consigues fidelizar a los padres, porque están viendo cómo aprende su hijo y se relaciona con sus compañeros", apostilla la directora. El centro tiene un centenar de voluntarios que son familiares de los alumnos pero, aparte de ellos, más de medio millar de personas, entre universitarios, padres de los profesores, amigos, conocidos y vecinos del barrio, han colaborado con el centro.
A media mañana, en el aula de sexto de primaria, los alumnos están separados en cuatro grupos. Con cada uno de ellos, un adulto. “En la escuela funcionamos a través de comunidades de aprendizaje, que aplican formatos de éxito, testados científicamente, que funcionan y mejoran los resultados académicos, así como la parte social”, explica García. El primer equipo de niños discute animado sobre el perímetro de un círculo de plástico. A su lado, otro grupo mide al profesor y apunta el resultado en una libreta. Tirados en el suelo, sobre un tablero de cuadros, cuatro chavales se afanan en ordenar a un robot con ruedas unas coordenadas. No se inmutan con la presencia de los demás. No callan, pero tampoco alzan la voz. Hablan, discuten, argumentan. Cada uno a lo suyo.
“En el 50% de las clases siempre hay dos docentes en el aula. Trabajamos con grupos interactivos que en dos horas trabajan una actividad de la misma área en una dimensión diferente cada 20 minutos. Al final de la clase todos pasan por todas las actividades y podemos estar trabajando al mismo tiempo comprensión escrita, oral, lengua…”, señala García.
Los resultados del centro en las pruebas de competencias del Departamento de Enseñanza son brillantes. El 55% tiene un nivel alto de inglés, mientras que la media catalana está en el 25% del alumnado. En matemáticas, casi el 59% de los niños del Ruyra están en el percentil más elevado cuando la media catalán es del 30% de los estudiantes. “Se supone que el determinismo social marca que en una escuela como la nuestra, en este entorno social, no puede garantizar que estas familias tengan éxito académico y social. Nosotros hemos aportado un proyecto educativo de altas expectativas en cuanto a promoción de la vida académica y social”, agrega la directora.
Sin etiquetas
García y Charneco rechazan las etiquetas, tanto la de “innovadores” como la de “milagro educativo”. “Hay mucho trabajo detrás”, apostillan. Y aunque todo parezca muy improvisado, está calculado al milímetro. “Parece un proyecto muy hippie pero no lo es nada”, añade. Su presupuesto es muy ajustado. No tienen grandes lujos y tiran de ingenio y solidaridad. Apenas hay una tablet por aula y, hasta hace poco, las pantallas de los ordenadores estaban muy lejos de ser planas. “Somos una escuela low cost, pero queremos que los niños tengan acceso a todos los formatos que nos rodean. No queremos que la vida elija por ellos”, concluye.
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