La ciudad de los perros
Me gustaría que el Ayuntamiento, que costeo con mis impuestos y colaboro a que gobierne con mis votos, haga algo con los dueños de los perros y lo haga lo más rápido posible
Hace unos días leí en la sección de opinión de La Vanguardia, la carta de una lectora quejándose de la actitud de algunos dueños de perros en la vía pública y parques de Barcelona. (Obsérvese que escribo “dueños de perros” y no “perros” a secas). Sólo la extensión de la carta me impide reproducirla tal cual se publicó. Así que solamente citaré su último párrafo: “Debe constatarse que en algunos de los lugares mencionados (en concreto, los jardines del Mestre Balcells) los perros tienen su propio espacio donde pueden correr en libertad, aunque parece que eso no es suficiente. Cualquier solicitud que se hace a los propietarios de los perros, es recibida con una mirada de menosprecio y, en general, con nulos resultados”. La carta la firma la lectora Alicía Solozábal i Coll. La suscribo absolutamente palabra por palabra y sin quitarle una coma. Unos días más tarde mi amigo Joan Estruch me informa por correo electrónico que preste atención a un artículo de Joana Bonet sobre el mismo asunto. Reproduzco un destacado: “Un tercio de los españoles considera a su perro, su gato o su tortuga más importante que sus amigos”.
La percepción que tengo de Barcelona es que es una de las ciudades con más perros de Europa. No veo nada semejante en Berlín, Helsinki, Estocolmo, París, Tallin y Salónica, por citar sólo algunas, y creo que nuestra ciudad ganaría cualquier certamen de chuchos por metro cuadrado. (Al lado de esta percepción, se podría invocar el hecho, probablemente nada casual, si la comparamos con la densidad perruna, que Cataluña es el territorio europeo con menos natalidad… de personas). ¿Tengo algo contra los perros? No sólo no tengo nada contra ellos, sino que además me gustan mucho. Con los que sí tengo un serio contencioso es con sus dueños. Y me gustaría que el Ayuntamiento, que costeo con mis impuestos y colaboro a que gobierne con mis votos, haga algo al respecto y lo haga lo más rápido posible. Como la autora de la carta, yo también tuve mi trifulca. Soy vecino del Parc de las Aigües y cada día veo más a menudo perros saltando a sus anchas sin la preceptiva correa y estropeando el ajardinamiento que unos trabajadores habían acabado de finalizar con esmerado cuidado y dedicación. Al decirles a su dueño que sería mejor llevar atado a su animal, me espeta sin ninguna consideración que a quien habría que atar es a mí. Un vecino, al hilo de estas reflexiones, me comentó que pasó por casa de unos amigos a tomar un café y no bien traspasó el umbral de la vivienda lo asaltó un perrazo henchido de agresiva alegría y le hizo un par de rasguños en el brazo. Mi amigo le dijo a sus dueños, con toda la educación de que fue capaz, que prefería esperarlos en el bar de abajo a tomar la acordada infusión. Todavía los está esperando. Mi amigo hizo referencia a la educación, cuestión que a mí me pareció un poco exagerada tratándose de animales, tal es mi ignorancia sobre la materia. Argumentó que si el perro de sus amigos hubiera sido educado con la misma convicción con que educamos a nuestros hijos (¿acaso no vemos en la calle cómo los dueños dialogan con sus animalitos casi maternalmente, o comparten e intercambian información perril con otros dueños en los parques, como si lo hicieran de sus hijos?), el animal no hubiera tenido esa reacción ante su llegada.
Lo que hace que escriba este artículo y no uno sobre las mentiras infraestructurales de Rajoy es que mi paciencia llegó a su límite la otra noche cuando mi condición de ciudadano se vio ofendida por una gigantesca caca de perro en el cajero de debajo de mi domicilio. Es verdad que cada día observo más personas que recogen los excrementos de sus chuchos. Pero como la cantidad de éstos aumentan en proporción geométrica (por ejemplo, tengo observado que desde hace un año o poco más, cada vez hay más gente con dos y hasta tres perros, probablemente porque, como pasa con los niños, si tienes más de uno se hacen compañía y molestan menos) y el hábito recogedor de deposiciones todavía no anida en los dueños de perros con la progresiva convicción cívica que sería deseable, el asunto pinta muy mal.
Sí, me gustan mucho los perros. Decía la novelista George Eliot que los perros no hacen preguntas y tampoco critican. Prometo que me gustaría ser como ellos.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario
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