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Crónica
Texto informativo con interpretación

El Lale, rey de la montaña

Miguel Ángel Valenzuela vivió la cafre Barcelona de los setenta. Hoy nadie conoce mejor que él Vallvidriera

Rebeca Carranco
Miguel Ángel Valenzuela, El Lale, es el rey de la montaña de Vallvidriera
Miguel Ángel Valenzuela, El Lale, es el rey de la montaña de VallvidrieraR. C.

De un salto que le agita la coleta plateada, El Lale se baja del bus de barrio 128. Esta Semana Santa cumple los 61. Es el rey de la montaña de Barcelona, la de la Sierra de Collserola que rodea el barrio de Vallvidrera, donde lleva 50 años viviendo. De joven fue el rey de Gal·la Placídia, cuando lideraba la banda con la que se pegaba con los del Carmelo, los del Chino, los de la Mina… Los de los barrios de esa Barcelona cafre de finales de los setenta. “En aquella época la policía sudaba lo que cobraba”. O así lo ve él.

El Lale, que en realidad se llama Miguel Ángel Valenzuela, se considera el primer okupa. Su mote viene de que su hermana pequeña no sabía pronunciar su nombre. De Miguel Ángel, Lale, como todo el mundo le conoce en el barrio. Y todos es todos, desde Antonio Vega, que lleva solo dos meses al volante del 128, a Luis, del punto verde. Aunque para Luis es El Lalex. Así lo escribe en los vídeos que cuelga en Facebook. Miguel Ángel cantando coplas: “Lo hace bien, eh”. O con los nunchacos: “Ahí se te escapó uno”. Luis le pica, pero él más que entrar en la brega, se muere de vergüenza: “Quita, quita…”.

El Lale llegó al barrio Chino (ahora El Raval) con 4 años y con solo 11 se mudó junto a su familia a Vallvidrera. Desde pequeño, dio un poco de castigo. Un día se subió a un árbol, del que le hizo bajar la Guardia Civil. Intentó disimular, decir que vivía por allí. “Pero joder, las botas llevaban escrito la Ciudad de los muchachos”. Se había escapado de ese orfanato en la montaña de Collserola, donde estaba con su hermano. Su madre les visitaba cada vez que podía. Hoy solo quedan ruinas de donde pasó parte de su infancia.

Pero, en realidad, El Lale es de Ronda, en Málaga. “¿Lo conoces? Allí voy a la plaza de toros y entro sin pagar”. Y es que su padrastro era primo hermano del padre de la divina Carmina Ordóñez. “Antonio Ordóñez. ¿Sabes quién es? Somos familia”. Gitano del todo no tiene claro que sea… “Pero algo tengo porque me gusta el oro y busco cosas”. Luego regala mucho de lo que encuentra.

Trabajar sí ha trabajado, pero no entiende a la gente que se pasa años en la misma empresa. “Eso es un castigo. Yo soy libre”. Durante cinco años fue feriante, llevaba la atracción de la barca con una compañía que se llamaba Boluda. “Le tenía el truco pillado, yo aprovechaba el viento de cuando se ponía en marcha para, zaaas, salir para atrás”. También conducía los autos de choque. Cobraba 1.000 pesetas al día. “Sin asegurar, eh, eso sí. Si te hacías daño te jodías”. La temporada empezaba en el Masnou, y acababa en el Born. “¿Tú el Borne lo conoces?”.

Algunas veces le daba por volver a pie a Vallvidrera desde Barcelona, tras la juerga con amigos. “Me podía echar dos horas y media”. “Mira, mira, ¿quién es ese?, ¿lo reconoces? Pero le ha cambiado la cara, claro”. En la foto El Vaquilla tiene 13 años; él, 19. Un día bajaron al Carmelo a todo trapo con un coche, quizá robado. Él de esas cosas no quiere oír ni hablar, ni sabe nada. También conoció al Torete, claro. O un par de hermanos que eran telita. “Cogían el coche a toda hostia y se estampan contra una joyería. ¿Qué te parece? Con dos cojones”.

La foto es en blanco y negro, con la rúbrica de los dos artistas. El Torete la firma en mayúsculas. El Vaquilla como en cursiva, rodeando levemente el final de su apellido. En el resto del álbum tiene a su familia, a algunos de sus 18 sobrinos, a su madre, su padrastro y a sus hermanos, que enseña con orgullo.

En su barraca casi todo se lo ha hecho él. Las escaleras — “vigila no te caigas”. También la ducha, — “tenía ganas de una”—, el mármol con la pica y una vitrocerámica con horno independiente... En esa casa vive desde hace 40 años. Si El Lale quisiera esconderse por esas montañas, nadie le encontraría. Aunque ya no hace falta nada de eso.

Le gusta la poco conocida Barcelona de Vallvidrera, pero tardó dos años en adaptarse. “A veces el silencio te acojona”. Nada cambia, nunca. “Esta carretera es igual en San Juan o en Navidad. Ni te enteras de cómo pasa el tiempo”. Pero Vallvidrera sí ha cambiado. “Ahí en esa esquina antes había un colmado”. A veces se ponían unos cuantos en la puerta a tomar algo. “No hubieras pasado por delante de la pinta que teníamos”, se ríe. En el pantano (sí, Barcelona tiene un pantano) se bañaban todos. “Aquí nos tirábamos de cabeza”. Y el agua lucía mucho más limpia. Ahora está estancada, es de color parduzco y, por supuesto, está prohibidísimo bañarse.

Pero el gran cambio es que Vallvidrera es ya un poco un lujo. “Si pillas bien el tren, en 30 minutos estás en plaza Cataluña”, cuenta el hijo del panadero,y panadero él también, ya retirado, Joan Pere (también usuario del 128). Antes, en el barrio (oficialmente de Sarrià) vivían familias trabajadoras y numerosas. “Te pedían cinco o seis barras de medio”, recuerda.

El Lale es de esa época. Y también de ésta. Le da un poco de vergüenza lo de posar para la fotografía. “Bueno, espera que me suelto el pelo”. Hay algunas cosas que pide que no se expliquen. Su vida, insiste, daría para una película. Ya camino de vuelta al tren, su grito de despedida rompe el silencio boscoso del barrio: “¡Ahí, ahí! ¡El rey de la montaña!”.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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