La temperatura de la laguna de Peñalara ha subido dos grados en diez años
Los científicos denuncian que anfibios, mariposas o macroinvertebrados acuáticos se desplazan montaña arriba buscando menos calor
El cambio climático está modificando las costumbres de la fauna y de la flora del Parque Nacional de la Sierra del Guadarrama. Los científicos han detectado un incremento del valor medio de la temperatura máxima de la laguna de Peñalara de casi dos grados en una década, según un informe científico al que ha tenido acceso EL PAÍS. Las nuevas condiciones han variado también la distribución de especies como anfibios, mariposas o macroinvertebrados acuáticos, que se desplazan montaña arriba buscando menos calor.
El calentamiento detectado por los expertos regionales en la sierra provoca, a su vez, que el hongo que ha acabado ya con el 98% de la población de sapo partero se extienda. La laguna Grande de Peñalara, uno de los puntos más emblemáticos y visitados del parque nacional, y que se halla a 2.040 metros de altitud, se ha convertido en el mejor laboratorio para tomar la temperatura al espacio protegido.
Los registradores automáticos instalados en las oscuras y tranquilas aguas desvelan un estado febril: su temperatura media máxima ha pasado de cerca de 22 grados centígrados a 23,8 en la última década. Un dato que corroboran las mediciones de la longeva estación meteorológica del puerto de Navacerrada, inaugurada en 1946; desde la década de los años ochenta del siglo pasado, la media anual ha crecido al mismo ritmo, en torno a 1,8 grados centígrados.
Los expertos del Centro de Investigación, Seguimiento y Evaluación del Parque Nacional, junto a miembros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, trabajan desde hace años por conocer cómo está respondiendo la fauna y flora del lugar a las modificaciones climatológicas. “Así se podrán tomar medidas para ayudar a las especies a adaptarse a las nuevas condiciones”, explica Juan Vielva, director del centro, dependiente de la Comunidad.
Uno de los grupos más afectados del espacio protegido son las nueve especies de anfibios que habitan en 242 charcas y lagunas, sin grandes posibilidades de escape. “Mientras que otros animales tienen una mayor posibilidad para huir, hay especies que no pueden salir corriendo, y tampoco las plantas”, aclara Vielva.
La disminución del frío ha provocado el traslado también de algunas familias que antes vivían al pie de la sierra, y como mucho alcanzaban los 1.500 metros de altitud, hacia zonas altas, situándose entre los 2.000 y los 2.100 metros. “Entre ellas, la ranita de San Antonio, el tritón jaspeado o la rana verde común”, desgrana Jaime Bosch, científico del CSIC especializado en comportamiento y conservación de anfibios. “La ranita se puede encontrar ya por todo el macizo de Peñalara y los datos apuntan que la especie, junto con el tritón jaspeado, experimentan en esas nuevas zonas incrementos anuales de entre el 5% y el 9%”, puntualiza Vielva. “Hace décadas era imposible que sobrevivieran a esa altura, los animales se congelaban y a las larvas no les daba tiempo a metamorfosear”, añade Bosch.
La infección que afecta al sapo partero en todo el mundo (quitriodiomiosis, conocida como el ébola de los anfibios)también ha encontrado un caldo óptimo de cultivo en esos grados de más. El hongo culpable de la enfermedad se ceba especialmente con el sapo partero (en 2000 ya había matado al 98% de su población en Peñalara), la salamandra y el sapo común. “A pesar de las reintroducciones e investigaciones que hemos llevado a cabo, no hay forma de frenarlo”, explica Bosch.
El desplazamiento hacia alturas mayores afecta también a algunas mariposas, según apuntan estudios desarrollados por el parque y por la Universidad Rey Juan Carlos. Han volado aproximadamente unos 160 metros hacia arriba, puntualizan desde el centro de investigación. Y esa elevación de la población está provocando un desfase con las plantas de las que se alimentan. Por ejemplo, los datos del parque indican que hay “un fuerte aumento” en altitud de los nidos de la mariposa de la ortiga. El coleóptero se encuentra ahora más a gusto en las alturas y su fuente de alimentación se comporta al revés: prefiere las partes bajas. La consecuencia es que “esa mariposa disminuirá a no ser que se adapte a bajar o se vaya a otro lugar”, puntualiza Vielva.
135 metros arriba
Los macroinvertebrados acuáticos (principalmente, larvas de insectos) también han subido aguas arriba del río Lozoya un promedio de 135 metros desde los años setenta, “lo que supone un incremento de la temperatura anual de 0,88 grados centígrados, con un margen de error de 0,1 grados”, explican los científicos. Sobre las aves no existen estudios concretos en la sierra, solo se han abierto investigaciones generalistas de otras zonas de alta montaña (el parque nacional madrileño es sobre todo de cumbres altas).
Los científicos tienen más controlada a la vegetación. “Hay varios estudios que apuntan a cambios importantes en la fisonomía del paisaje con la aparición de más matorral en las praderas”, comentan. El peligro para las aves de alta montaña como la alondra, el roquero rojo o el acentor común es que la cubierta se revegeta y comienzan a crecer brezales y piornales y cambien su hábitat, indica Jaime del Moral de SEO/BIRD Life.
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