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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Penes y vulvas

Utilizando niños y niñas, Hazte Oír juega sucio, no es ninguna novedad. Podrán ganar aún muchas batallas y hacer mucho daño, pero esa guerra la tienen perdida

El autobús de Hazte Oír, ante el Ayuntamiento de Madrid.
El autobús de Hazte Oír, ante el Ayuntamiento de Madrid.JAVIER TORMO (EFE)

Hubo un tiempo en que el PP y sus medios afines, entre los que se hallaban Hazte Oír, consiguieron instalar en el lenguaje habitual la frase yo condeno el terrorismo. Cualquier político, cargo o periodista debía poseer, como salvoconducto, un texto o una declaración donde se lo oyese o leyese siendo explícito sobre el tema. En el País Vasco se ilegalizaron periódicos y partidos con el visto bueno o con la colaboración activa de la gran parte de la izquierda española y una parte de la catalana. Primero se creó el caldo de cultivo adecuado y después se tomaron las medidas que lo sancionaban.

Se trataba de un debate parásito, oportunista. A muchos de los que aparecían en televisión rasgándose las vestiduras, las víctimas les importaban lo justo para poder aprovecharse de ellas. La prueba es el tratamiento que dispensaron, sin ir más lejos, a Pilar Manjón y a quienes fueron víctimas de otra violencia. Da vergüenza recordar la humillación a la que sometieron a esta mujer.

Una de las peores consecuencias ha sido que esa forma de actuar, pensar y escribir llegó para quedarse. A veces en forma de protesta en premios televisivos, en la censura en las redes sociales o en la condena de colectivos que se toman por partes como si fuesen todos. La última prueba nos la ha dado el autobús de Hazte Oír, que nos ha examinado a todos, y de qué manera. La cosa no podía ser más ridícula, un autobús color Ciudadanos, con un lema casi tan inane como su discurso: “los niños tienen pene y las niñas vulva”. Este es el nivel y la obsesión de la derecha más retrógrada con los genitales y la identidad de los demás.

El nivel se repite. Prohibir la circulación del autobús es un error, un error que nos describe y que expone nuestras inseguridades y miedos. Hay niños y niñas, y hombres y mujeres cuya identidad supera los esquemas del catolicismo más retrógrado. Y los hay que son acosados por ello, pero prohibir el autobús es como intentar parar la gotera en el techo y no en el tejado.

Nos podemos golpear el pecho y condenar la transfobia pero el dedo vuelve a señalar la Luna y, sobretodo, da argumentos para encerrar a cualquier rapero cuyas letras sean susceptibles de una lectura integrista de lo constitucional. O para detener a quienes quemen una bandera, censurar artículos, ilegalizar partidos o cerrar periódicos.

Quiero poder silbar al himno nacional, de hecho si quiero un himno nacional es para poder silbarlo. Me fastidia sobremanera cuando eso se hace desde las instancias del poder, desde las instituciones que tienen que velar para que ocurra todo lo contrario, pero de la misma manera que los silbidos no se solucionan aumentando la potencia de los altavoces, no leer los comentarios a mis artículos no me evita ni que existan ni su contenido. A mí lo que me importa es el comentario del poder.

Utilizando niños y niñas, Hazte Oír juega sucio, pero eso no es ninguna novedad. Si nos vamos atrás en el tiempo, recordaríamos programas de radio y televisión en los que se hablaba del aborto y de las máquinas de destruir fetos. El chantaje emocional e ideológico estaba servido. Nuestro trabajo es desenmascararlo y desactivarlo, no encerrarlo en un garaje. Uno de los avances que hemos tenido como sociedad ha sido el principio del reconocimiento de los derechos de las personas transgénero, pero lejos de estar asumido, es un camino que todavía hay que pavimentar. El propio concepto de diversidad tiene que ser permanentemente reformulado, como el de libertad de expresión.

Es mucho más fácil ganar a Hazte Oír con argumentos que con la aplicación de leyes que, estoy seguro, alguien está pensando cómo puede aplicar en contra de manifestantes, canciones, artículos o cualquier otra forma de libertad de expresión. Porque si la definición de la identidad de género depende de lo que consideramos constitucionalmente correcto, a los que creemos que tenemos que superar lo correcto constitucional nos van a pillar por donde quieran.

Avanzamos demasiado lento, podrán ganar todavía muchas batallas y harán mucho daño, pero esa guerra la tienen perdida. Aunque les pese van a seguir naciendo niños con vulva y niñas con pene y, estoy seguro de ello, van a estar menos obsesionados ellos con sus genitales que quienes necesitan pintarrajear autobuses. Al final, que no sea ese el problema.

Francesc Serés es escritor.

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