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Crítica musical

Elegancia y sudor

El rubio británico trasciende su condición de ídolo guaperas para graduarse como un grande del pop pasional

Tan querúbico y rubicundo como es, con el pelito ondulado y el porte coqueto, Tom Odell tiene algo de yerno perfecto o de guapo emancipado de alguna boy band. La buena planta ayuda a convertirse en fondo de pantalla, pero quizá aliente los prejuicios. Y no, el de Chichester no es ningún figurín sin trasfondo. Lo supimos desde que irrumpió en el programa de Jools Holland para interpretar con los pies descalzos Another love, balada conmovedora que sigue figurando entre sus mejores títulos. Y lo corroboramos el sábado en But con un estupendo concierto ante 1.043 almas en estado de abducción.

La cosa va en serio desde el primer minuto. Odell tiene 26 añitos, pero Still getting used to be on my own, la pieza inaugural, parece un trasunto de la obra con la que Supertramp engatusaba al mundo cuatro décadas atrás. Y no hay alusiones mucho más contemporáneas, más allá de su reiterada candidatura como alter ego de Chris Martin. El concierto funciona porque hay pathos y pasión durante sus 95 minutos, porque su protagonista sabe conjugar, literal y figuradamente, elegancia y sudor. Por eso hay un percusionista reforzando al batería, igual que hay grandes segundas voces, desde I know a Can’t pretend. Y un líder de tez nívea capaz de ralentizar y ennegrecer Concrete, como si Prince le hubiera susurrado el arreglo. No pudo escoger mejor momento la admiradora de primera fila para entregarle una rosa al cantante.

Cuando un británico se sienta frente a un teclado tienden a compararlo con Elton John, pero el niño del piano tenía este sábado más de Billy Joel, como evocaba la armónica en Behind the rose. Su segundo disco, Wrong crowd, quizá no pase a los anales, pero sugiere un pronóstico: lo redescubriremos con agrado dentro de una década, cuando tropecemos con él después de alguna mudanza.

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