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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hagamos el muerto

El juicio por el 9-N es un error monumental, pero tampoco podemos creer que todo ocurre por respetar y hacer valer un equívoco “mandato democrático” que no tiene mayoría suficiente

J. Ernesto Ayala-Dip

Aunque el señor Mariano Rajoy no lo crea, la pelota del proceso sigue estando en su tejado. También es verdad que la otra parte del contencioso a veces no está demasiado por la labor cuando la tiene un ratito él, pero justamente por ello el señor Rajoy tendría que mostrar más que nunca la cara amable y más dialogante para con el Gobierno de la Generalitat, gesticule éste como gesticule. Tener la pelota en tu tejado no deja de ser una responsabilidad muy seria, porque, entre otras cosas, te obliga a mover ficha.

El señor Rajoy sigue en sus trece y parece que para lo único que le sirve tener la pelota es para dejarla ahí y que se vaya pudriendo. No ha reparado, ni nadie del personal que cobra para ello le ha hecho ver el privilegio que supone resolver de una puñetera vez el problema territorial de España por lo menos para dos generaciones. A parte de quedar en los libros de historia, que tampoco estaría nada mal. Pero al señor Rajoy parece que el futuro no le interesa. Y el pasado tampoco, del que parece que solo conoce lo que le cuadra con sus intereses ideológicos.

A las pocas horas de auparse de nuevo a la presidencia del gobierno, con el apoyo del PSOE, al señor Rajoy le pasó por la cabeza ceder un poco de terreno al enemigo prometiéndole unos canales de dialogo que nunca se cumplieron. No pocos en Cataluña pensamos que perder la mayoría absoluta sirve para muchos logros políticos en beneficio de la ciudadanía, aunque a los pocos segundos caigas en la cuenta de que el PP vuelve a su rodillo, solo que esta vez con la inestimable coparticipación del partido socialista, que de rodillos también sabe lo suyo, para hacer de España más unida e indivisible que nunca.

Yo soy de los que creen que el Gobierno central nunca aceptará un referéndum acordado. Y me parece que la parte catalana del contencioso piensa, con razón, lo mismo. Sea el gobierno del PP o el del PSOE. Al enemigo ni agua. Y lo sé porque no hay más que mirar a la señora Santamaría —como observé en su día la sonrisita rasputiniana de Alfonso Guerra, controlando su gesto irónico y desdeñoso cuando los periodistas le piden que se pronuncie sobre cualquier asunto de Cataluña.

Yo al Gobierno español le sugeriría la lectura de un libro muy sabio en el análisis de decisiones políticas que acaba de publicarse. Se titula Consideraciones sobre la Revolución francesa, de Madame de Staël (Arpa). Escribe la autora: “El poder ejecutivo ‘se hacía el muerto’, según expresión de un diputado de la bancada izquierda de la Asamblea, porque esperaba (equivocadamente) que el bien acabaría naciendo del exceso de males”. Pues eso, señor Rajoy. Deje de hacer el muerto.

La salida en olor de multitudes del señor Artur Mas y las señoras Joana Ortega e Irene Rigau, acompañados del Gobierno en pleno, me produjo una sensación de banalización de la política que no nos merecemos, estemos o no de acuerdo con el proceso. Me hubiera gustado algo más sobrio, más a la danesa. Más tipo Borgen, para entendernos. En Borgen siempre da la impresión de que cuando un presidente de gobierno regresa a casa, antes pasa por el horno de la esquina, no fuera que en casa no hubiera pan para la cena.

Las ceremoniosas paradas de rigor de los enjuiciados y la tumultuosa comitiva que los acompañaba para cantar Els segadors, no daba precisamente para hacer una serie como la danesa. Tampoco lo daba subir las escalinatas del Palacio de Justicia y saludar a la multitud vociferante con lagrimeos en los ojos.

Yo soy de los que piensa que este juicio es un error monumental. Ineficaz y poco comprensivo con los más de dos millones de personas que salieron a las urnas el 9-N (incluido el 15% que votó no a la independencia). Pero eso es una cosa y otra muy distinta creer o hacernos creer que todo ello ocurre por respetar o hacer valer el equívoco “mandato democrático”. El mandato democrático se saldó el 9-N con tres millones de personas que no fueron a votar. Y el mandato democrático se saldó el 27-S con tres puntos y medio por debajo de la mayoría independentista necesaria. Si se cuenta la gente en la calle los Once de Setembre, contemos también la que no sale a votar y la que vota no a la independencia.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario. 

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