La naranja mecánica
Los medios se han hecho eco del debate sobre la renuncia de Ciudadanos al referente socialdemócrata; pero ese referente fue siempre un espejismo
El balance del primer decenio es francamente notable: 2 escaños en Bruselas, más de 3 millones de votos y 32 diputados al Congreso, 3 senadores, 93 parlamentarios autonómicos (25 de ellos en Cataluña, donde constituyen el segundo grupo del hemiciclo y el primero de la oposición), más de 1.500 concejales… Tales cifras, y el hecho de que Ciudadanos haya escenificado estas últimas semanas su “refundación”, su entrada en la madurez como partido de ámbito estatal, justifican algunas reflexiones acerca de la trayectoria pasada y el rumbo futuro de la formación naranja.
Por mucho que sus promotores invocasen, cuando pusieron en marcha el proyecto, la transparencia y la democracia interna frente a los partidos del “régimen”, desde el primer día fue más cierto lo contrario. La asamblea fundacional (Bellaterra, 2006) se desarrolló rigurosamente cerrada a la prensa, y tampoco en la segunda (L'Hospitalet, 2007) pudieron los periodistas acceder a la sala de plenos. Que entre la tercera (Barcelona, 2011) y la cuarta, el pasado fin de semana en Coslada, hayan transcurrido más de cinco años resulta también significativo. Como lo es que Albert Rivera fuese reelegido apenas por 6.874 militantes, sólo un tercio del censo y una cifra irrisoria para un líder que aspira a la Moncloa, pero también a abanderar la “renovación” del sistema político español.
Y es que el protagonismo de las bases ha sido siempre una entelequia en C's, ni más ni menos que en el PP o el PSOE. De la élite intelectual que, hasta 2006, había fraguado la idea se pasó, apenas cristalizada organizativamente aquella, a una nueva élite de cuadros y liberados que pronto confirmaron la “ley de hierro de la oligarquía partidaria” del politólogo Robert Michels. Cuando, estos días, se ha subrayado que Rivera sale de la reciente asamblea con un control absoluto sobre el partido, convendría añadir que no es ninguna novedad: lo tiene desde 2009, tras la convulsión ocasionada por su extraña coalición europea con los ultras de Libertas.
Los medios se han hecho también amplio eco del debate suscitado por la renuncia de Ciudadanos al referente socialdemócrata; pero, a mi juicio, ese referente fue siempre un espejismo. Presentar al partido naranja como “de izquierdas”, o “de centro-izquierda”, era sobre todo un prurito de los padres fundadores, reacios a admitir que, desde sus izquierdismos estéticos de juventud, se habían derechizado a marchas forzadas. Rivera, ex afiliado a las Nuevas Generaciones del PP, no tuvo nunca esos escrúpulos; y, en todo caso, la realidad se encargó pronto de mostrar con qué otro espacio ideológico-político era fronterizo y permeable el nuevo partido: Carina Mejías pasó del PP a C's; Esperanza García, Maite Nolla o Margaret Manzano, de C's al PP, etcétera.
A ver: ¿alguien puede creer que si Ciudadanos hubiese sido percibido en sus primeros años como una fuerza de izquierdas, o socialdemócrata, habría recibido el apoyo entusiasta y tal vez decisivo del Federico Jiménez Losantos tonante desde Las mañanas de la COPE? ¿O de tantos otros opinadores y medios de la derecha hispana más recalcitrante? En cuanto al electorado, si en noviembre de 2012 o en septiembre de 2015 C's penetró con fuerza en el ya muy desteñido “cinturón rojo” barcelonés, ¿fue porque el antiguo electorado socialista viese en los “naranjitos” —el epíteto es de Miquel Iceta— un izquierdismo acendrado, o más bien por su contundencia y su pedigrí antisoberanistas, con la ventaja añadida de no suscitar el rechazo que provoca en esos ambientes el PP? No creo que esto vaya a cambiar un ápice por el hecho de que ahora se declaren sólo “liberales progresistas”.
En Cataluña, el techo de Ciutadans es otro. Lo mostraba la entrevista a Inés Arrimadas en EL PAÍS del sábado cuando, preguntada sobre por qué Ada Colau apoya el referéndum, respondía: “porque el cuerpo se lo pide”. No, estimada líder de la oposición; es porque la alcaldesa Colau y sus comunes quieren ocupar la centralidad política, y saben que ello es imposible sin ofrecer una salida democrática al impasse catalán. Por eso la alcaldesa no dirá nunca que la diferencia entre reconocer a Cataluña como “nacionalidad” o “nación” reside sólo en quitarle “las últimas letras”. Por eso Colau podría llegar a presidir este país, y usted no.
En cuanto a España, Ciudadanos es ahora una máquina dirigida por un político profesional libre de ataduras doctrinales. Veremos de qué es capaz.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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