Paquidermos enamorados
Los barceloneses subliman durante más de dos horas su romanticismo radical ante un Price en pleno fervor
Solo a un hatajo de optimistas se les ocurriría asomar por el escenario al compás de La vie en rose. Son esos cuatro mismos hombres armados de sonrisas que titulan su más reciente álbum Nueve canciones de amor y una de esperanza.A veces cuesta esperar algo interesante del porvenir, y no digamos ya un par de manos a las que aferrarse, pero Elefantes han asumido el reto de ser los más románticos del lugar. Y su apasionamiento radical aviva las palpitaciones: su irrupción del sábado en un Price casi lleno sirvió como bello éxtasis colectivo, un ejercicio de vivo entusiasmo.
Los barceloneses han conocido vaivenes y una separación que hoy se antoja lejos de repetirse: los intuimos cómodos, rearmados, convencidos de su apostolado ultrasensible. Siempre han escrito temas desmesurados para corazones a pares, que dirían Los Pecos, pero ahora subliman esa pretensión. Y les nace Que todo el mundo sepa que te quiero, aún más excesiva que hitos anteriores (Que yo no lo sabía). Tranquilos: lo bueno de superar los listones de la ñoñería es desembocar en una especie de raphaelismo entrañable.
Nada sería igual, claro, sin la excelente voz enfática de Shuarma. El rubio del tinto en la mano bebe tanto de su primer mentor, Bunbury, como de Camilo Sesto (Duele parece la cara B de Vivir así es morir de amor) o Pepe Robles. La apoteosis colectiva de Te quiero sirvió para hacer justicia al gran legado popular de José Luis Perales, igual que las sucesivas colaboraciones resultaron entrañables y sentidas: Alberto Jiménez (Miss Caffeína), Iván Ferreiro y Coque Malla, crecido en Azul. Fueron 140 minutos con cuatro paquidermos enamorados y, de postre, una preciosa lectura desnuda de Mediterráneo. Una sospecha: si alguien lo grabó, saldría un bonito disco en directo.
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