Solo en Casa Milà
La Pedrera de Gaudí cierra al público una semana al año para que casi un centenar de personas mantenga el edificio en estado óptimo
Alfombras enrolladas, colchones doblados sobre las camas, cuadros retirados de las paredes para poderlas pintar, parqué recién acuchillado y barnizado, muebles encerados y lámparas desmontadas para retirar el polvo. Parece que los dueños de la casa estén inmersos en una profunda limpieza de sábado y que en cualquier momento pueda presentarse Roser Segimon, la señora de la casa, y con el genio que le caracterizaba —ella que a los pocos meses de fallecer su marido Pere Milà hizo cambiar todos los muebles que había creado Antoni Gaudí para su vivienda de 1.500 metros cuadrados de La Pedrera, además de la rica decoración de los techos—, impedir que pisemos el suelo recién fregado.
Durante una semana al año, los miles de turistas y sus cámaras fotográficas que visitan la Casa Milà, conocida popularmente como La Pedrera, dejan paso a casi un centenar de operarios: carpinteros, pintores, electricistas y restauradores, que revisan todos y cada uno de los rincones de este icónico edificio para que siempre esté a punto y su desgaste sea mínimo. No es para menos. El año pasado, más de 1,2 millones de personas visitaron la última obra civil de Gaudí; 914.000 para ver y recorrer el edificio y 300.000 para participar en las numerosas actividades que programa la Fundació Catalunya-La Pedrera, su propietaria; unas cifras que representan un 4,2% más que en 2015 y todo un récord desde que el edificio se abrió al público en 1987.
Los responsables del edificio han comprobado que la semana de menos afluencia de visitantes es la que sigue al final de la Navidad. Por eso, desde el pasado lunes y hasta mañana las puertas de este edificio han estado cerradas. Este año, además de los trabajos de revisión anuales se han realizado otros trabajos excepcionales como el cambio de las torres de refrigeración situadas en la terraza del edificio, la sustitución de la iluminación del Espai Gaudí que ahora será inteligente y más eficiente energéticamente y se ha reformado radicalmente las taquillas de acceso, con la intención de ganar eficacia en la recepción de visitantes y evitar colas en la calle Provença. Por eso, los trabajos de esta “semana técnica”, que suelen tener un coste cada año de unos 100.000 euros, ascenderán a 545.000.
Te sientes un privilegiado cuando deambulas solo por este enorme edificio, sin tener que esquivar a grupos de turistas o visitantes. Pasear por la solitaria terraza donde un par de operarios con bata blanca reparan el trencadís de cerámica blanca que por el efecto de paso de los visitantes puede acabar desprendiéndose; ver cómo parte de la torre de refrigeración ya está preparada para que a primera hora de hoy domingo un camión pluma, situado en la calle Provença, la eleve por encima del edificio y se la lleve, operación que se repetirá, a la inversa, el próximo domingo, cuando se instale la nueva torre de última generación. Tampoco está mal poder recorrer la buhardilla del edificio, con sus costillas de ladrillo desnudas, mientras los electricistas dan los últimos toques a las nuevas luces del Espai Gaudí que desde hace veinte años explica las claves arquitectónicas del genial Gaudí en uno de sus espacios más orgánicos del edificio. Impresiona montarse en uno de los enormes ascensores con caja de madera, en los que las puertas, por supuesto, se abren manualmente, o bajar por una de las escaleras de servicio, pese a que, a nuestros ojos, parecen de auténtico lujo por los montones de detalles que dejan ver la huella del arquitecto.
Últimos datos del edificio de Gaudí
- 100.000 euros. Coste anual de los trabajos de la "semana técnica" en los que participan un centenar de personas. Este año, de forma excepcional, 545.000 euros.
- 1,2 millones de personas Visitantes en 2016. De los cuales 914.000 personas lo han hecho para ver el edificio y 300.000 personas para participar en actos y actividades programados durante 2016.
- 4,5 millones de euros. Coste de funcionamiento anual aproximado de todo el edificio.
- 30 millones de euros. Presupuesto de la Fundació Catalunya-La Pedrera, propietaria del edificio.
- 20 millones de euros. Recursos propios generados, sobre todo por la venta de entradas para visitar el edificio.
En los dos patios de acceso a las viviendas es posible asistir en directo al cuidadoso trabajo, pese a que van montados en una enorme grúa, de los restauradores que repasan los efectos del agua de lluvia en las delicadas pinturas murales que Aleix Clapés creó en paredes y techos.
La puesta a punto de este edificio declarado Patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1984 es total: se han encerado los pasamanos de madera de las escaleras y con algodones se han repasado todos los hierros forjados de barandillas y balcones para evitar que el polvo acumulado sobre ellas aporte humedad y los altere. En la entrada de Passeig de Gràcia, los operarios cambian algunas losas del pavimento de mármol que se han fracturado en el último año. Son los únicos que no escapan de los turistas que aprovechan la oportunidad que les dan las puertas abiertas para realizar fotografías desde la calle.
Como no podía ser menos, los números en este transatlántico son enormes. El presupuesto de la Fundació Catalunya-La Pedrera para 2017 es de 30 millones de euros de los cuales 20 se generan con recursos propios por el alquiler de espacios, la filmación de anuncios y, sobre todo, por la adquisición de entradas de los visitantes. Pero ponerlo en marcha y hacer que funcione también tiene un alto coste: unos 4,5 millones al año.
“Tenemos la suerte de contar con un edificio como La Pedrera que crea una cantidad muy elevada de recursos, pero dedicamos más de lo que genera a preservar el patrimonio cultural, el natural y especialmente desarrollamos importantes programas sociales. Somos más que una fachada”, reivindica Marta Lacambra, directora general de la fundación que insiste en que hay hablar del “contenido tanto como del continente”. Lacambra explica, con gran pasión, todas y cada una de las labores que se han desarrollado a lo largo de la semana, y cómo se van planificando a lo largo del año para ejecutarlas de forma controlada en unos días. “El domingo, entra una brigada brutal de limpieza que lo repasa absolutamente todo para, como por arte de magia, el lunes poder abrir como si no hubiera pasado nada”, remacha.
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