El 64% de las plazas para refugiados sigue sin ocupar en Cataluña
Casi 800 alojamientos de los 1.250 previstos no han podido ser adjudicados por la falta de personas acogidas por el Estado
Cataluña tiene disponibles 1.250 plazas para acoger a personas que huyen de países en guerra o de situaciones de violencia. Pero hasta ahora, solo hay 451 plazas ocupadas. Un 66% (800) sigue libre, a la espera de que el Gobierno central acepte a más refugiados. Tanto el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, como la consejera de Trabajo, Dolors Bassa, se han quejado de manera reiterada del bloqueo. Del compromiso del Gobierno de acoger en dos años a 17.000 personas que huyen de la guerra de Siria y otros conflictos, Cataluña ha recibido a 124 personas desde mayo. De estas, 43 son menores que forman parte de 26 familias acogidas.
La mayor parte de estas familias están en la provincia de Barcelona, repartidas entre la Casa Bloc del barrio de Sant Andreu (40) y Berga (46). En el antiguo edificio militar barcelonés se puede ver a alguna de esas personas asomadas a la ventana. Pero más allá de eso, los vecinos no les distinguen por la calle. “Jamás les veo”, explica uno de ellos. “Ese es el éxito”, asegura el responsable del equipo de la Cruz Roja en el bloque, Martí Rovira, “que pasen desapercibidos, como cualquier otra persona extranjera”. En una encuesta improvisada en la zona, nadie se queja. “Nos alegramos de que estén bien, y no han dado ningún problema”, asegura una de las mujeres que forma parte de un corrillo, justo delante de la Casa Bloc. El resto, asiente.
Dentro, los refugiados son autónomos. “Tienen un espacio asignado y ellos se responsabilizan de que esté en condiciones”, añade Rovira. Es la primera de las tres fases de un plan que dura 18 meses. “La de acogida es una etapa más de descanso”, explica Pascale Coissard de CEAR, una de las ONG´s históricas que trabaja desde 1979 con personas que piden asilo. Durante seis meses podrán vivir en la Casa Bloc o en cualquiera de los pisos disponibles en Vic, Sabadell, Tarragona o Lleida. En esa primera fase se les proporciona todo lo que necesitan: alojamiento, manutención, atención psicológica, ropa...
“Es una etapa clave para que conozcan y se adapten al entorno, para que creen complicidades y vínculos con asociaciones de vecinos, ayuntamiento, el resto de administraciones...”, cuenta Rovira. Eso se consigue en primer lugar aprendiendo el idioma. En la Casa Bloc, tienen dos opciones: o bien asistir clases en el propio centro a través de voluntarios, o bien pueden estudiar en academias con cursos especializados para recién llegados. A la vez, integradores sociales les asisten en gestiones básicas, como el empadronamiento o la escolarización de los niños.
Aunque cada caso es distinto: “Nos podemos encontrar con personas que no saben ni leer ni escribir, y con personas con un doctorado que hablan cuatro lenguas. Los planes son individualizados”, puntualiza Coissard. A todo ello, se suman actividades lúdicas en las que puede participar, siempre de manera voluntaria. “Cada persona necesita su tiempo. Algunas en una o dos semanas ya piden hacer cosas, para desconectar, mientras que otras quizá requieren un mes para poder recuperarse”, se suma Rovira.
Una vez superada la fase de acogida, llega la de integración, que dura otros seis meses. Se prepara a la persona para tener su propio alojamiento, aunque siguen teniendo ayudas para el alquiler. El énfasis es ya en la formación, para cuando llegue la etapa final de autonomía, que dura otros seis meses, con ayudas más puntuales, y que está centrado en la integración laboral.
Hasta ahora las asociaciones están contentas con el apoyo logrado.“Estamos desbordados por los ofrecimientos, desde la biblioteca hasta la asociación de comerciantes del barrio. Todos quieren ayudar”, se alegra Rovira, que recuerda la importancia de que todos se impliquen en la consecución del objetivo final: “Que sean personas con derechos plenos, en igualdad de condiciones”.
De 18 a 451 plazas en un año
Las ONG han vivido un cambio drástico desde que la crisis de refugiados se ha puesto sobre la mesa. “Antes nos costaba salir en los medios, ahora nos llamáis”, explica Pascale Coissard, de CEAR. Solo en un año, las entidades que trabajan en Cataluña han pasado de contar con 18 plazas para personas que piden asilo en 2015 a las 451 de 2016.
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