Independentismo de cuello blanco
El problema del soberanismo es que sigue liderado por un independentismo moderado y elitista de conversos exconvergentes nada dispuestos a una rebelión intensiva
El gobierno de Cataluña asegura que el próximo año 2017 se celebrará un referéndum sobre la independencia de Cataluña. En el debate sobre la cuestión de confianza del mes de septiembre, el presidente Puigdemont dijo “o referéndum o referéndum” e incluso afirmó categóricamente que antes del próximo verano su gobierno tendrá preparadas las “estructuras necesarias para poder actuar como un Estado y podernos integrar en la UE y en la comunidad internacional”. Y hace unos días, en el acto de presentación del nuevo logotipo de su partido, advirtió que el referéndum se hará en 2017 de forma “indefectible”. Parece que empieza, por fin, el año del todo o nada del independentismo.
Lo que se ha logrado hasta ahora es un gobierno de una formación política, Junts pel Sí, que ganó las elecciones de 2015 con un programa electoral independentista, una mayoría absoluta parlamentaria favorable a la independencia, una supuesta creación de estructuras de estado, una actividad parlamentaria que está desarrollando las denominadas leyes de desconexión y un empate demoscópico entre el sí y el no ante un hipotético referéndum sobre la independencia. Pero para afrontar la fase que se avecina, es imprescindible que el soberanismo consiga que la mayoría de los ciudadanos que desean la independencia de Cataluña tengan también el empeño de luchar por ella contra viento y marea, y por ahora no parece que estén en condiciones de participar en una tenaz rebelión popular intensiva contra los que dirigen las instituciones españolas.
El contexto y las características sociales influyen en la adopción de determinadas actitudes ciudadanas ante la política como la asunción de riesgos para conseguir un objetivo político. En Cataluña, las alarmantes cifras de pobreza, la insatisfacción ciudadana con el funcionamiento de nuestra democracia y el descrédito social de los políticos, dificultan un seguidismo popular masivo a favor del independentismo institucional y una protesta mancomunada entre ciudadanos y políticos independentistas. Según datos del CEO, una quinta parte de los catalanes independentistas desconfía del Parlament y del gobierno de Cataluña, el 84% se siente poco o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia y uno de cada cuatro catalanes partidarios de la independencia desconfía de los políticos catalanes. Con este panorama, no sorprende que la mitad de los independentistas admita estar dispuesto a asumir pocos riesgos. Las actitudes pusilánimes no benefician en absoluto al movimiento independentista a las puertas de un año clave donde el activismo social será fundamental para responder a las artimañas del gobierno de Rajoy para frenar los objetivos “indefectibles” del gobierno catalán.
En esta fase del proceso, el problema para el movimiento soberanista es que sigue liderado por un independentismo de cuello blanco, compuesto mayoritariamente por conversos exconvergentes que hoy están bajo la órbita del PDECat. Se trata de un independentismo institucional, moderado, elitista, poco sensible al eje izquierda-derecha y a la reversión de las desigualdades sociales, que mira con recelo a ERC y que desprecia la CUP, contrario a la desobediencia y a la ruptura unilateral, partidario del pataleo y enemigo del radicalismo democrático, que solo se manifiesta cada 11 de septiembre y que es incapaz de levantar conciencias colectivas beligerantemente activas en contra del statu quo, que es lo que se prevé hacer en 2017.
En un año, el gobierno independentista de Junts pel Sí no ha sido capaz de revertir la situación de pobreza, no ha introducido cambios significativos en el funcionamiento de las instituciones, no ha generado mayor confianza ciudadana en la política y no ha conseguido generar actitudes más combativas entre los ciudadanos independentistas para preparar la fase final del proceso. Los constantes conflictos internos entre el PDECat y ERC, o entre los grupos parlamentarios de Junts pel Sí y la CUP tienen precisamente como trasfondo el cambio de modelo social y la metodología para alcanzar la independencia.
El independentismo de cuello blanco, que cuenta con el apoyo incondicional de las entidades soberanistas, ha sido útil en la mutación ideológica del nacionalismo conservador, pero su liderazgo ahora puede ser una rémora para afrontar un nuevo año de máxima tensión y de una constante movilización popular para conseguir las metas anunciadas. Todas las encuestas indican un claro descenso de apoyos al PDECat y un ascenso de ERC, de modo que son los mismos independentistas los que desean apartar el independentismo de cuello blanco de la dirección del proceso soberanista.
Jordi Matas Dalmases es catedrático de Ciencia Política de la UB.
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