Aunque para algunos Tartufo tiene loables virtudes, para la mayoría es un hipócrita, solapado y narcisista. Aunque él defiende la austeridad, el fondo de su alma está lleno de ambiciones. Y aunque carece de casi todo, posee el don de manipular a quien más le interesa para que le provea. En este caso, el manipulado es Orgón, burgués adinerado que se rinde a los encantos de Tartufo ante la mirada atónita, e impotente, de su mujer, su hija, el prometido de esta y la criada. Con estos ingredientes, Moliére tejió, a finales del siglo XVII, una de sus emblemáticas comedias; la compañía Venezia Teatro estrenó ayer, en el Teatro Fernan Gómez (Plaza de Colón, 4; hasta el 11 de diciembre), un montaje que revive al afamado impostor.
“Nos parecía necesario volver a la obra por la relación que hay entre lo que contaba Moliére en su época y lo que ocurre actualmente”, cuenta José Gómez-Friha, director del montaje. “Este personaje, que se aprovecha de otras personas y se apropia de sus bienes, encaja perfectamente con el relato de corrupción actual. Frente a la impotencia social, queríamos reclamar el despertar del pensamiento colectivo”, añade el dramaturgo.
Para ello se ha valido de un cuidadoso respeto hacia el texto clásico incorporando toques contemporáneos: escenografía minimalista; la sutil aparición de gadgets extemporáneos o el juego puntual con el público. “No se trata de una modernización de la obra sino de una adaptación”, avisa Rubén Ochandiando, que da forma a un Tartufo tranquilo, sinuoso, sensual y, en ocasiones, frágil. “Lo que más me interesa es el estado mental del personaje”, dice el actor al que acompañan en escena Marián Aguilera, Vicente León, Nüll García, Ignacio Jiménez y Esther Isla.
Pero si algo es Tartufo es narcisista. De hecho, el libro Los perversos narcisistas, del psiquiatra francés Paul-Claude Racamier, fue clave en el montaje: “Cayó en mis manos y nos ayudó a perfilar el personaje”, cuenta Ochandiano. ¿Pero quién no es narcisista hoy en día? “Supongo que todos lo somos un poco. No solo porque exponemos nuestra imagen todo el tiempo sino porque también podemos ser fotografiados —expuestos— continuamente”, apunta el director Gómez-Friha, que reconoce que en su adaptación se ha tomado una licencia: eliminar el final feliz de la comedia de Moliére y “ser más realista”. Los malos a veces ganan. “¿A veces?”, se pregunta el director. “Suelen ganar y lo vemos día a día. Parece que la ley está hecha para los malos. Así, Tartufo siempre gana”.
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