Historia para los oídos
La exposición '1,2,3… ¡grabando! Una historia del registro musical', comisariada por Cristina Zúñiga, se puede ver en Espacio Fundación Telefónica
La cosa comenzó a sonar con el fonoautógrafo Scott de Martinville, a mediados del siglo XIX, o el fonógrafo de Thomas Alba Edison, pocos años después. De pronto se podía registrar y reproducir una de las facetas más esquivas de la realidad: el invisible sonido. Después la tecnología fue avanzando en diferentes formas: el magnetófono, la casete o el compact disc, todos ellos objetos propios de mercadillo vintage ante el último formato de grabación de sonido: el mp3. La historia de todos estos artilugios que diversificaron las experiencias accesibles a nuestros oídos se relata en la exposición 1,2,3… ¡grabando! Una historia del registro musical, comisariada por Cristina Zúñiga, que se puede ver en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3) hasta el 22 de enero.
En la primera de las secciones, Orígenes, se narran los albores de esta disciplina, cuando aparecen los ingenios anteriormente citados junto con otros como el gramófono o el micrófono: ya no hacía falta un músico o una orquesta para escuchar música, y se podía hacer en cualquier momento y lugar. Tal vez ahí comenzaron las fricciones entre el negocio de la música y la técnica, aunque curiosamente los primeros intereses de los pioneros no fueron musicales, sino la grabación de libros sonoros para ciegos o las “grabaciones familiares” con máximas, recuerdos o los últimos deseos de las personas.
En Revolución sonora, comienza la era eléctrica, se crean las casas discográficas y se glosan aquí el vinilo o los populares walkman o discman, que democratizaron la música y la unieron a nuestros paseos. Por último, en la sección Suena en digital, se ahonda en lo de ahora mismo: la digitalización completa de la industria musical, el streaming, el home studio o la aparición de plataformas como iTunes o Spotify. Aunque ojo, sigue habiendo un nostálgico mercado para los locos del vinilo.
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