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Crónica
Texto informativo con interpretación

Regresa la filosofía al café de la esquina

Bakewell nos habla de la insurrección intelectual que se incubó mientras las tropas del nazismo desfilaban por Europa y de cómo se encontraron los protagonistas de la impetuosa y subversiva filosofía

El Café Zurich de Barcelona
El Café Zurich de BarcelonaAntonio Espejo

Ahora que una orden ministerial asegura haber extirpado la filosofía de los planes de estudio, quizá sea un buen momento para regresar a los cafés y devolver a esta venerable disciplina el vigor de los viejos pensadores. En lugar de recitar las interminables parrafadas que las monografías dedican a los filósofos de antaño, el flaneûr cansado de vagar por las ficciones de la realidad virtual experimentará en carne propia el anhelo de la sabiduría: el afán con el que aquellos maestros se jugaron la vida. Y en vez de deambular como un dócil consumidor de relatos fabricados por encargo, el nuevo filósofo de café perseguirá sin mirar atrás el significado de su vida y comprenderá qué sentido tiene lo que sabe.

Por ello es tan oportuno y recomendable el libro recién aparecido en España: En el café de los existencialistas ((Ariel, 2016), de la autora que nos deleitó con su exquisita semblanza de Montaigne: Sarah Bakewell. La mezcolanza de géneros que maneja —biografía, ensayo, historia— describe aquella metamorfosis del pensamiento y la seducción de una filosofía que sólo puede ser entendida como estilo de vida. Es decir, no como el artificio erudito ni la cómoda cátedra de los clérigos, ni la elocuencia de los gurús que la ofrecen como un manual de autoayuda, ni el alarde mediático de los pregoneros de oficio, sino como un modo arriesgado de estar en el mundo. La filosofía como imperativo ético de una existencia soberana, como conciencia lúcida del ser, como sagacidad, inteligencia y plenitud de la personalidad.

La evocación que hace Bakewell de la impetuosa corriente de pensamiento y estilo que conocemos como existencialismo no incurre en la frivolidad que anuncia la edición española: Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador. En realidad el subtítulo de la edición original dice Freedom, Being and Apricot Cocktails: una alusión a la anécdota que protagonizaron Sartre, Beauvoir y Raymond Aron el día que descubrieron las enseñanzas de Husserl. ¿No es desesperante la imagen que damos los lectores españoles?: quizá a usted le importen un comino los existencialistas, pero ¿qué tal si le cuento lo mucho que follaban?

Afortunadamente, la autora prefiere contarnos la aventura vital de unos escritores y pensadores enfrentados a la perturbación, la dificultad de existir y los falsos consuelos del mundo. Nos habla de la insurrección intelectual que se incubó mientras las tropas del nazismo desfilaban por Europa y de cómo se encontraron o leyeron los protagonistas de la impetuosa y subversiva filosofía: además de los citados Sartre y Beauvoir, Albert Camus, Karl Jaspers, el turbio Heidegger, la judía y monja carmelita Edith Stein (masacrada en Auschwitz), Iris Murdoch, el iracundo Norman Mailer, el apuesto Merlau-Ponty, la bella Juliette Greco, el trompetista Boris Vian, el atormentado Arthur Koestler…

¿Cómo podemos entender hoy la influencia del existencialismo y el aura heroica que envolvió a sus pensadores? La corriente de ideas, opiniones e intervenciones que modularon la política, la estética y la literatura de su tiempo se refleja fielmente en la evocación que lleva a cabo con admiración y ternura Bakewell, pero una anécdota biográfica basta para entender el fuste con que aquellos filósofos entendían sus obligaciones: Jean Paul Sartre no aceptó en 1945 la Legión de Honor (que se le ofrecía en reconocimiento a sus acciones como miembro de la Resistencia), en 1949 se negó a ser miembro de la Academia Francesa y en 1964 rechazó el Premio Nobel de Literatura.

Además de la hondura trascendental con que el existencialismo concebía la vida del hombre en el mundo, se veía a si mismo como la más radical incomodidad que debemos adoptar: el filósofo está obligado a ser responsable de todo lo que hace (y de todo lo que no consigue llevar a cabo), afronta de cara la ansiedad del existir y se muestra enérgicamente disponible ante las situaciones de la vida.

En nuestro siglo, cuando lo que queda del hombre se ve sometido al doble acoso de la tecnología, que le invita a esconderse en la simulación virtual del gran engaño, y de los narcóticos, que le ayudan a olvidar la verdad de la angustia, el legado de los existencialistas tiene un aspecto inquietante y prometedor. El existencialismo nos invita a volver a pensar, esto es: a aceptar que a pesar de todo podemos estar vivos.

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