El presente y la historia
El color sigue determinando la vida política y social de EEUU. La casa del presidente negro sigue siendo blanca. Mientras tanto, en Europa, las fronteras culturales invisibles siguen vigentes
1. A menudo a la hora de pensar el presente nos olvidamos de mirar al pasado. Hay una dinámica de la actualidad que busca relaciones causales demasiado inmediatas para ser ciertas. El acontecimiento de portada casi siempre tiene sus raíces en una larga historia. Lo explicaré con dos ejemplos: La violencia racista de la policía de Estados Unidos y la deriva ultraconservadora (iliberal es la etiqueta de moda) de los países del Este de Europa.
El vídeo difundido por la policía de Tulsa (Oklahoma) debería titularse “Tiro al negro”. El agente Shelby rodeado de tres compañeros tira a matar, sin el menor gesto de la víctima que lo justifique, contra un hombre negro al que se le ha averiado el coche. Uno más de los abusos —demasiadas veces impunes— por parte de unos agentes del orden que parecen imbuidos por una idea cromática de la criminalidad, lo que siempre se le ha llamado racismo.
Una oleada de actos criminales de este tipo con los consiguientes disturbios de protesta, coinciden con la campaña electoral y el final del mandato de Obama. Sin duda, el discurso xenófobo del republicano Trump, su exaltación de las armas y sus insinuaciones sobre la violencia, no contribuyen a la serenidad, pero son manifestaciones del problema, no la causa principal. Acaba la presidencia del primer presidente negro de Estados Unidos, que debería ser el símbolo del paso a una cultura postracial. Y el color sigue marcando la vida americana.
Estos actos criminales han ocurrido siempre, los negros vienen marcados des de la esclavitud y la discriminación sigue. Puede que la presidencia de Obama haya dado mayor visibilidad a los hechos, que haya conducido la mirada hacia atrocidades que formaban parte de la rutina. Pero el presidente no ha conseguido cambiar los hábitos. Y ha sido muy prudente al cuestionar la acción policial.
Una historia de 400 años no se cambie en tres días. El profesor Eduardo Mendieta, lo resume así, parafraseando a Michelle Alexander, la autora de The New Jim Crow: “Hemos sido testigos de una evolución de los Estados Unidos de un sistema de castas raciales basado por completo en la explotación (esclavitud), a otro basado en la subordinación (las leyes Jim Crow del final de la guerra civil), a otro definido por la privatización y la exclusión (gueto) e incluso a otro definido por la marginación invisible y el rechazo (la encarcelación masiva)”. El color sigue determinando la vida política y social. La casa del presidente negro sigue siendo blanca.
2. Europa ha vivido estos días otro viaje hacia la nada, consagrando el orden en las fronteras exteriores como prioridad de la Unión. Y todo ello bajo la presión de los antiguos países de la órbita soviética: con Hungría, Polonia y Eslovaquia a la cabeza, montados en una ideología profundamente reaccionaria sobre la prioridad absoluta a los nuestros, el rechazo a cualquier forma de solidaridad con los refugiados, y la triada religión, familia, patria como respaldo habitual de estos discursos. Bajo la presión de las extremas derechas locales, Alemania y Francia han claudicado vergonzosamente. Hay que superar la crisis Europea y la única y patética consigna es construir un búnker a mayor gloria de la seguridad.
El trabajo del historiador necesita distancia, es decir, tiempo. Y sobre los episodios recientes de la historia se pasa a menudo de puntillas, para que no estropeen los relatos ideológicos. La caída de los regímenes de tipo soviético fue presentada como un gran triunfo de la libertad y como el reencuentro de Europa. No se indagó sobre el proceso, sobre sus aceleraciones, sobre sus derivas, porque lo importante era volver a estar juntos. De pronto constatamos que hay fronteras culturales invisibles que son muy resistentes, y que la fractura Este/Oeste sigue vigente. Con el agravante de que en plena crisis europea, los valores reaccionarios que vienen del Este ganan terreno.
No quisimos saber, no quisimos preguntar: el vendaval liberal tenía que resolverlo todo. No es raro que el catolicismo tenga un peso en estos países, porque fue uno de los pocos focos de resistencia al comunismo. Pero sería interesante explicar cómo de la experiencia comunista sale un conglomerado mental de xenofobia y nacionalismo conservador. La historia tiene mucho que contarnos, si queremos entender y reconducir la Europa del siglo XXI.
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