Joaquín Barraquer, un ejemplo para la Medicina
El prestigioso oftalmólogo muere a los 89 años en su domicilio de Barcelona

Hace pocos meses fallecieron mis dos últimos hermanos y uno de ellos, José María, ginecólogo, fue para mí mucho más que una excelente relación fraternal. Usted Joaquín, sin haber tenido la ocasión de habérselo expresado verbalmente, también constituyó un referente para mí y para todos los médicos de mi familia. [Joaquín Barraquer (Barcelona, 1927) falleció ayer en su domicilio de la capital catalana].
Éramos vecinos. Unos ensordecedores tranvías atronaban la calle de Muntaner y a veces coincidíamos Elena y yo dirigiéndonos a nuestros colegios. Yo la miraba con respeto, pues aún siendo un párvulo, me sorprendían las continuas alabanzas con las que mi padre enjuiciaba el crecimiento espectacular del Instituto Barraquer. Eran unas épocas duras para el ejercicio de la Medicina, dentro de un contexto médico social muy diferente. Existía la asistencia hospitalaria basada en la beneficiencia y usted, cuando creó el instituto, no olvidó a los más necesitados, dándoles la oportunidad de asistir a su centro, sin contrapartida económica alguna.
Recuerdo también que aprendí la palabra dicotomía, que era la negación de una Medicina que debe estar abierta a cualquier colega que solicite ayuda. Mi padre aseguraba que en Barcelona solo había ocho médicos que no aceptaban dicotomías, y entre estos, solo cuatro que tampoco las daban. Barraquer y mi padre formaban parte de este reducido grupo.
Siempre he creído que una mala persona no puede ser un buen científico, pero en la sociedad actual, en la que el único valor es poderoso caballero don dinero, es temible que la Medicina se viera influida por esta epidemia. Quiero pensar que esta evolución favorecida por el desprecio de las humanidades, comités de ética y deontología médica, en algunos casos escogidos por amiguismo, vuelva a las raíces que han hecho que la Medicina sea un acto de amor, de humildad con un único objetivo: el bien del paciente.
Hace ya bastantes años, el director de Vivir en Barcelona me propuso que apareciera en portada junto a usted. Me pareció que mi figura no podía compararse con la suya. El director me tranquilizó diciéndome que ya le había consultado y que incluso exclamó: “Muy buena elección, dos generaciones, dos proyectos”. Nos hicimos la fotografía, usted sentado y yo apoyando mi mano en su hombro. Creo en las analogías. Y mi gesto era para convencerme de que podríamos seguir su exitosa experiencia. Así fue, mientras nuestro crecimiento no se desbordó y cuando escapó a mi competencia la ginecología, el sello de la escuela que fundó mi padre, tuve que empezar de nuevo y, lo que es la vida, en un banquete al que asistimos afortunadamente compartí mesa con Elena, su hija, y le hice partícipe de mis dificultades. No solo sonreía benévola, ayudándome a aquella catarsis nocturna, sino que me dio excelentes consejos. Me citó la misma frase que un discípulo mío me había enviado desde su lugar de residencia, en Marbella, y decía: “Una mala persona nunca podrá ser un buen científico”. Le expliqué las palabras que mi hijo Damian había pronunciado ante las posibilidades de éxito que había expresado nuestro abogado, una contundente afirmación: Donde vaya mi padre, voy yo. Al escucharlas se iluminaron los ojos de su hija, que probablemente le recordaron las bases en que se fundó y perdura el éxito Barraquer. Ella practica la solidaridad con pueblos de África, y una excelente oftalmología innovadora. Nos levantamos los primeros del banquete, pues nos esperaba al día siguiente una larga jornada. Para llegar al restaurante, el GPS se negó a ayudarme y deambulé perdido. Como si la analogía hubiera sido escrita para una película, Elena disponía de chófer y se prestó a que les siguiera dócilmente, cosa que hice encantado.
No puedo olvidar el nombramiento que recibí de su Instituto como miembro del comité científico y que aceptaran a mi nuera como MIR formando a una excelente discípula Barraquer.
Joaquín, su espíritu y su ejemplo estarán siempre con nosotros. Descanse en paz.
Santiago Dexeus es profesor y ginecólogo.
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