¿La cuarta revolución industrial?
En un mundo globalizado no es sostenible que solo unos cuantos centenares de millones tengan un buen nivel de bienestar y otros cinco o seis mil millones sigan en situación precaria
Es muy positivo, ya que estamos en puertas de una nueva revolución, que se hable cada vez más de ella, utilizando conceptos como el de mi título, o el de “Industria 4.0”. Pero cada vez veo más claro que con estas palabras se da una imagen excesivamente tecnológica, y por tanto inexacta, de lo que en realidad está ocurriendo. El cambio va mucho más allá de cambiar la industria, como sí que ocurrió en las tres ocasiones anteriores. Lo explico un poco más.
El objetivo fundamental de la actividad económica es proveer los recursos necesarios para resolver las necesidades de las personas. Las sociedades industriales de los últimos tres siglos se caracterizan por el hecho de que una parte muy importante de estas necesidades se han resuelto a base de disponer, individual o colectivamente, de objetos materiales que lo han permitido. Tejidos para vestirse, vehículos para desplazarse, lámparas para iluminarse, refrigeradores para conservar alimentos, estufas para combatir el frío, libros para instruirse; y en una segunda etapa, terminales telefónicos o televisores para estar conectados. En este tipo de sociedades ha sido fundamental la actividad industrial, consistente en utilizar productos naturales, transformándolos a base de añadirles trabajo humano y energía, y convirtiéndolos en objetos útiles.
Las tres anteriores revoluciones han estado muy ligadas a las novedades tecnológicas en los campos de la energía (la máquina de vapor, el motor de explosión, la electricidad), de los materiales sintéticos y orgánicos, y de los cambios en los sistemas de fabricación. Ello supuso grandes progresos en la variedad, las cantidades, la calidad, y el coste de los productos, y ha permitido que niveles de bienestar material que disfrutaban solo unos pocos miles de personas de cada país, se hayan puesto poco a poco al alcance de millones y millones. Pero todo ello, sin salir del concepto de industria como actividad manufacturera transformadora.
El cambio que estamos ahora viviendo es distinto ya que obedece a necesidades distintas y se basa en progresos tecnológicos de otra naturaleza. Empiezo por las primeras. El gran problema actual es que, en un mundo globalizado y comunicado, no es sostenible políticamente que sean solo unos cuantos centenares de millones, en algunas partes del planeta, las que tengan estos niveles de bienestar, mientras otros cinco o seis mil millones siguen en situación precaria. Y que tampoco es ni física ni ecológicamente sostenible que todos ellos puedan disfrutar del actual modelo industrial, ya que no existen recursos naturales suficientes, ni capacidad de absorción de los residuos que éste genera.
Solo hay tres salidas: O la de un “occidente fortaleza”, que en parte ayuda, pero sobre todo se protege y explota el resto del mundo; o la aceptación de unos conflictos que, con excusas religiosas o nacionalistas, se vayan incrementando y recrudeciendo; o cambiar nuestro modelo de bienestar para que pueda extenderse a buena parte del planeta, sin que provoque el agotamiento de recursos ni la acumulación de residuos en la tierra, el agua, o la atmósfera.
La buena noticia es que junto a estas exigencias van apareciendo nuevas posibilidades tecnológicas que permiten diseñar y adoptar nuevas formas de vida que no provocan estos inconvenientes. La utilización masiva de la energía solar permite una reducción extraordinaria en el uso de combustibles fósiles y sus consecuencias; la fabricación 3D permite la reducción de los materiales necesarios y la fabricación personalizada y a la carta, con lo que se obtienen grandes aumentos de eficiencia; la explosión de las redes y de los datos permite resolver muchas necesidades personales a través de la conectividad y sin necesidad de tener un “aparato” a nuestra disposición; la utilización de la inteligencia artificial y el Internet de las cosas, permite ir eliminando incongruencias y malbaratamientos de los actuales procesos; la substitución de la propiedad privada de un objeto por la propiedad compartida, o por el acceso a un servicio, puede desmaterializar buena parte de actividades.
Se trata sobre todo, de utilizar todas estas novedades no solo como herramientas de reducción de costes y aumento de beneficios, sino como caminos hacia un nuevo modelo que, sin dejar el carácter industrial, tenga como objetivos la eficiencia y la sostenibilidad.
Joan Majó, ingeniero y ex ministro.
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