Hermanos Pla, de tirar a puerta en casa a tirar a palos en Río
Bàrbara y Pol empezaron jugando a fútbol y ahora forman parte de las selecciones españolas de rugby 7
Bàrbara Pla (Sant Cugat, 33 años) recibió una llamada cuando se dirigía al comedor de la residencia Blume, en Madrid, para comer con sus compañeras de la selección de rugby 7. “¡Barbi, nos hemos clasificado!”. Pol, su hermano, miembro de la selección masculina, aún vivía una algarabía emocional. La última jugada del preolímpico contra Samoa, hacía unos minutos, con el marcador en contra, había sido decisiva. Un pase, una finta y una carrera agónica, desbocada, dieron la vuelta al marcador. Acababa de conseguir el pase a Río. “Quería agradecerte que me hayas enseñado este deporte y que ahora pueda estar viviendo esto”, prosiguió Pol (Sant Cugat, 23 años) a través de la pantalla del FaceTime, con las emociones a flor de piel. Las palabras se convirtieron en suspiros y los suspiros en lágrimas.
Aquello era lo que ambos habían anhelado durante mucho tiempo. El éxito de Pol fue el preludio de una semana histórica para la familia. La selección femenina también se clasificó para los Juegos, que no admitía el rugby en su programa desde 1924, al derrotar a la favorita, Rusia, en el preolímpico. “A veces fantaseaba con estar todos los hermanos en los Juegos, y casi lo hemos conseguido”, asegura el pequeño. La mediana, Julia, una de las mejores jugadoras de los últimos años, dejó la selección a medio camino. “Es una putada que no esté, una pena. Pero sé que ella está contenta por nosotros”, añade Bárbara.
En casa de la familia Pla poco se sabía del rugby. Los armarios guardaban camisetas de fútbol y los cajones, botas lisas y otras con tacos. Lo suyo, era el fútbol. Hasta que Bàrbara descubrió el oval en el primer curso de INEFC, en 2002, en el corazón Montjuïc. “Me enganchó y me apunté”, explica. No se le dio nada mal. La selección le echó el ojo en 2004 y venció la Copa de la Reina en cuatro ocasiones, de 2005 a 2008. Su interés se filtró en el hogar y Júlia también le cogió el truco con facilidad. Pol, aún un niño, en cambio, seguía a lo suyo: “Yo solo quería jugar en el Barça”, explica, y rememora los días en que su abuelo le llevaba al Camp Nou. “El primer recuerdo que tengo es de De la Peña, y el primer jugador que me llamó la atención fue Riquelme”.
Cambio de vida
Algo reestructuró la familia en 2006. Bàrbara se fue a Canadá para disputar el Mundial y volvió cambiada. Volvió enamorada. Por lo que al poco tiempo se fue al Norte, a Getxo, a 600 kilómetros de casa. “Me fui por amor”, resume. “Además, había un buen proyecto y me pude centrar en el rugby”, añade. Pero los inicios en el País Vasco, donde la lluvia no escasea, sin embargo, no fueron sencillos. “Abandonar la familia fue duro. Dejas atrás tu tierra y tu lengua, y cuesta. Y, aunque parezca que no, el clima afecta mucho”. Lejos de allí, en su Sant Cugat natal, Pol, en las puertas de la adolescencia no acababa de entender tantos cambios: “Fue un disgusto. No comprendía por qué tenía que ser Bàrbara quien se fuera, y no al revés”. La distancia se hizo menor a base de Skype, móviles y las redes sociales. “Pero me perdí su adolescencia, y me sabe mal” asume Bàrbara.
Pol se empezó a cansar del fútbol cuando la atmósfera que rodeaba a determinados partidos no cambiaba. “Es que el ambiente en las categorías inferiores es lamentable”, se queja. La experiencia de sus hermanas, siempre de arriba abajo y de partido en partido, fue inspiradora. “Viajaban mucho y jugaban con la selección. La élite era muy atractiva”. Por lo que se dejó seducir por las palabras de sus hermanas: “Va, Pol, tú eres rápido y el rugby se te daría bien. Pruébalo”. Se apuntó al Club de Rugby Sant Cugat —“ni sabía que existía”, admite—, al lado de casa, y a base de ver los partidos de las chicas y de seguir sus consejos, su crecimiento se aceleró. “Siempre me he fijado en lo que hacen sobre el campo, en cómo se mueven y en las decisiones que toman”. Desde la distancia, Bàrbara le planificaba la preparación física y le avisaba de los hábitos que requiere un deportista de alto nivel. Ella y Júlia se convirtieron, sin quererlo, en el espejo donde Pol quería reflejarse: “Se han sacrificado mucho. Cuando les tocaba entrenar, entrenaban y por mucha pereza que a veces tuvieran, seguían entrenando. Siempre han luchado por aquello que querían conseguir. Y eso me lo han transmitido”. Pol, estudiante de ADE y jugador del Barça, responde con determinación: “Sin ellas no estaría aquí”.
Diploma olímpico
En pleno ciclo olímpico, a Bàrbara le entraron las dudas. Júlia y su pareja tuvieron que dejar la selección. “Las sacaron del equipo y me dolió”, explica. Dejó el equipo nacional tres meses, pero se reenganchó cuando el actual seleccionador llegó al cargo.
Su camino en la selección ha sido tan largo —lleva 12 años en el combinado, ha sido campeona de Europa en 2010 y fue nombrada mejor jugadora del Europeo de 2008— que las ha visto de todos los colores: “Hemos sufrido discriminación de género. La federación estipulaba presupuestos muy diferentes, y los éxitos masculinos parecían más importantes que los nuestros”. Aspira a un diploma olímpico en la modalidad de a 7, con siete jugadores por equipo en el mismo terreno que el rugby 15. Los partidos tienden a ser dinámicos y alegres. “Es muy vistoso”, admite Pol, encuadrado con Suráfrica, Australia y Francia, campeona de Europa, en los Juegos.
El reto aún será tan o más complicado para las chicas. En la primera fase se verán las caras con Nueva Zelanda, campeona del mundo; Francia, campeona de Europa; y Kenia, campeona de África. “Llevamos muchos años trabajando para esto”, expresa Bàrbara. Espera la hora de trenzar su pelo con la misma fuerza que se ata sus botas, coger el balón, correr, y no parar. Es rugby. Es su vida.
Un huracán en plena concentración
La selección masculina se concentró en Fiyi a principios de año. “Es la cuna del rugby 7”, explica Pol, “nos pagamos el viaje y la federación, la estancia”, añade.
Pero el mayor ciclón jamás registrado en el hemisferio sur a punto estuvo de echar al traste las ilusiones del equipo. Al cabo de unos días entrenando, la plantilla tuvo que colaborar con los trabajadores del complejo hotelero, donde se hospedaban, para levantar diques de arena en plena tormenta. El mar se acercaba peligrosamente. “Nos pilló por sorpresa y nos pusimos a ayudarles”, recuerda Pol con naturalidad.
Su acción no pasó desapercibida entre la comunidad local: “Por la calle nos lo agradecían, aunque tampoco te lo esperas. Hicimos algo que hubieran hecho todos”.
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