Un viaje onírico entre la magia y la cotidianeidad
El público se deja arrastrar por la música de Paolo Conte en el concierto de Barcelona
Un concierto de Paolo Conte es siempre diferente a cualquier otro concierto. La propuesta del abogado piamontés no se sustenta sobre las bases de ningún género en concreto: ¿un cantautor que toca jazz y trasmite su mensaje a través de las más increíbles onomatopeyas?, ¿un cantante de un sórdido cabaret de entreguerras que interpreta música argentina?, ¿un pianista de coctelería convertido en bailarín del Cotton Club (con la orquesta de Duke Ellington sonando en la lejanía, un puñado de gángsters al uso y litros de licor clandestino servido en tacitas de café)?, ¿un poeta que susurra obviedades?, ...
Sea lo que sea a su público le da igual. No se trata de asistir a un espectáculo musical sino de dejarse llevar, más bien arrastrar, a un viaje onírico por los parajes más insospechados, desde los más cercanos de nuestro día a día hasta las fantasías más disparatadas (pero creíbles) que alguien pueda imaginar. Un viaje mágico en el que a la vuelta de cada esquina te espera un sobresalto. Y cada vez te sobresaltas aunque conozcas las canciones de memoria.
Así sucedió en Pedralbes en la noche del martes. Temas que han sido compañeros de aventuras intergeneracionales volvieron a sorprender, volvieron a zambullirnos en ese mar de sensaciones que Conte domina como nadie. En un escenario que parecía diseñado para la ocasión (la entrada del palacio real barcelonés enmarcada entre arbustos e iluminada en tonos pastel sobre la que se mueven algunas sombras parece el decorado de una vieja ópera verdiana) el avvocato se encontraba como pez en el agua, incluso sonrió con frecuencia. Por supuesto no pronunció ni una palabra pero, al final, en un gesto inaudito, hasta hizo cantar a la concurrencia el estribillo de Via con me.
Paolo Conte
Jardines del Palacio Real.
28 de junio. Barcelona
Vestido de oscuro y sin corbata, como manda la tradición, y rodeado, otra tradición inalterable, de diez soberbios músicos que podían tocar cualquier instrumento y brillar en cualquier estilo, Conte recuperó alguno de sus temas más populares, los impregnó de jazz y de tradición mediterránea y los sirvió con esa voz rota que te penetra para concluir el recital cantando en francés. Se escudó tras el piano, utilizó un zakoo para reforzar sus onomatopeyas y conquistó la plaza casi desde el primer instante cuando en segundo lugar interpretó ya Sotto le stelle del jazz. Seguirían otros dardos envenenados como Alle prese con una verde milonga, Dancing, Max, Diavolo Rosso y un par de versiones de Via con me. Con ese tema coreado por los presentes se despidió tras noventa minutos que a la mayoría les supieron a poco (así se comentaba en los corrillos formados en los jardines que al acabar los conciertos se mantienen abiertos hasta la madrugada con música servida por un reputado dj).
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